Después de permanecer en la puerta durante cierto tiempo y recrear mis ojos con la
diosa de mi corazón, ella se acerca a mí, ¡ella!, la mayor de las Larkins y me pregunta
con amabilidad si no bailo.
-Con usted sí, miss Larkins.
-¿Con nadie más? -me pregunta ella.
-No tengo gusto en bailar con nadie más.
Miss Larkins ríe ruborizada (por lo menos a mí me lo parece) y dice:
-Este baile no puedo; el próximo lo bailaré con gusto.
Llega el momento.
-Creo que es un vals -dice miss Larkins titubeando un poco cuando me acerco a ella¿Sabe usted bailar el vals? Porque si no, el capitán Bailey...
Pero yo bailo el vals (y hasta me parece que muy bien) y me llevo a miss Larkins,
quitándosela al capitán Bailey y haciéndole desgraciado, no me cabe duda; pero no me
importa. ¡He sufrido tanto! Estoy bailando con la mayor de las Larkins... No sé dónde,
entre quién, ni cuánto tiempo; sólo sé que vue lo en el espacio, con un ángel azul, en estado de delirio, hasta que me encuentro solo con ella sentado en un sofá. Ella admira la
flor (camelia rosa del Japón; precio, media corona) que llevo en el ojal. Se la entrego diciendo:
-Pido por ella un precio inestimable, miss Larkins.
-¿De verdad? ¿Qué pide usted? -me contesta miss Larkins.
-Una de sus flores, que será para mí mayor tesoro que el oro de un avaro.
-Es usted muy atrevido -dijo miss Larkins-,tome.
Me la dio con agrado. Yo la acerqué a mis labios, y después me la guardé en el pecho.
Miss Larkins, riendo, se agarró de mi brazo y me dijo:
-Ahora vuelva usted a llevarme al lado del capitán Bailey.
Estoy perdido en el recuerdo de la deliciosa entrevista y del vals, cuando la veo
dirigirse hacia mí, del brazo de un caballero de cierta edad que ha estado jugando toda la
noche al whist. Me dice:
-¡Oh! Aquí está mi atrevido amiguito. Míster Chestler desea conocerle, míster
Copperfield.
Noto enseguida que debe de ser un amigo de mucha confianza y me siento halagado.
-Admiro su buen gusto -dice míster Chestier-, le honra. No sé si le interesará a usted el
cultivo de tierras; pero poseo una finca muy grande, y si alguna vez le apetece acercarse
por allí, por Ashford, a visitarnos, tendremos mucho gusto en hospedarle en casa todo el
tiempo que quiera.
Doy a míster Chestier las gracias más efusivas y le estrecho las manos. Creo estar en un
sueño de felicidad, bailo otro vals con la mayor de las Larkins -¡dice que bailo tan bien!y vuelvo a casa en un estado de beatitud indescriptible. Toda la noche estoy bailando el
vals en mi imaginación, enlazando con mi brazo el tape azul de mi divinidad. Durante
varios días sigo perdido en extáticas reflexiones; pero no la veo en la calle ni en su casa.
Me consuela de ello el recuerdo sagrado de la flor marchita.
-Trotwood -me dice Agnes un día después de cenar-, ¿a que no lo figuras quién se casa
mañana? Alguien a quien admiras.
-¿Supongo que no serás tú, Agnes?
-Yo no -contesta levantando su rostro risueño de la música que estaba copiando- ¿Lo
has oído, papá? Es miss Larkins, la mayor.
-¿Con... con el capitán Bailey? -tengo apenas la fuerza de preguntar.
-No, con ningún capitán; con míster Chestler, que es un agricultor.