salga del colegio, y pienso si habrá en el mundo alguien bastante presuntuoso que se
atreva a competir con él.
Pero... ¿a quién recuerdo ahora? A miss Shepherd, a quien amo.
Miss Shepherd es alumna de miss Nitingal, y yo adoro a miss Shepherd. Es una niña de
carita redonda y bucles rubios.
Las alumnas de miss Nitingal van también a la catedral los domingos, y yo no puedo
mirar a mi libro, pues a pesar mío tengo que estar mirando a miss Shepherd. Cuando el
coro canta, me parece oír a miss Shepherd. Introduzco en secreto el nombre de miss
Shepherd en los oficios, lo pongo en medio de la familia real. Y en casa, solo en mi
habitación, estoy a punto de gritar: «¡Oh miss Shepherd, miss Shepherd! », en un arrebat o
de entusiasmo.
Durante cierto tiempo estoy en la mayor incertidumbre, sin saber los sentimientos de
ella; pero por fin la suerte me es propicia y nos encontramos en casa del profesor de baile.
Miss Shepherd baila conmigo. Toco su guante, y siento un estremecimiento que me sube
desde el puño a la punta de los pelos. No digo nada tierno a miss Shepherd, pero nos
comprendemos. Miss Shepherd y yo vivimos en la esperanza de estar un día unidos.
¿Por qué doy a hurtadillas a miss Shepherd doce nueces de Brasil? No expresan cariño;
son difíciles de envolver, formando un paquete poco regular; son muy duras y cuesta trabajo cascarlas aun en la rendija de una puerta; además la almendra es aceitosa. Sin
embargo, me parece un regalo conveniente para ofrecer a miss Shepherd. También le
llevo bizcochos calientes y naranjas, muchísimas naranjas. Un día doy un beso a miss
Shepherd en el guardarropa. ¡Qué éxtasis! Y cuál es mi indignación al día siguiente
cuando oigo rumores de que miss Nitingal ha castigado a miss Shepherd por torcer los
pies hacia adentro.
Miss Shepherd es la preocupación y el sueño de mi vida. ¿Cómo es posible que haya
roto con ella? No lo sé. Sin embargo, es un hecho. Oigo contar bajito que miss Shepherd
se ha atrevido a decir que le fastidia que la mire tanto, y que ha confesado que le gusta
más Jones. ¡Jones! ¡Un muchacho que no vale la pena! El abismo se abre entre nosotros.
Por último, otro día que me encuentro, mientras paseo, con las alumnas de miss Nitingal,
miss Shepherd hace un gesto al pasar y se ríe con su compañera. Todo ha terminado. La
pasión de mi vida (como a mí me parece que ha durado una vida es como si así fuera) ha
pasado; mis Shepherd desapa rece de los oficios, la familia real no vuelve a saber de ella.
Obtengo un puesto más adelantado en clase y nadie turba mi reposo. Ya no soy amable
con las alumnas de miss Nitingal, ni me gusta ninguna, aunque fueran dos veces más numerosas y veinte veces más guapas. Considero las lecciones de baile como una molestia y
me pregunto por qué esas niñas no bailarán solas dejándonos en paz. Me hago fuerte en
versos latinos y olvido abrocharme las botas. El doctor Strong habla de mí públicamente
como de un muchacho de mucho porvenir. Míster Dick está loco de alegría, y mi tía me
envía una guinea en el primer correo.
La sombra de un chico de una camicería aparece ante mí como la cabeza armada en
Macheth. ¿Quién es ese mucha cho? Es el terror de la juventud de Canterbury. Corren
rumores de que la médula de buey con que unge sus cabellos le da una fuerza
sobrenatural, y que podría luchar contra un hombre. Es un chico de cara ancha, con cuello
de toro, las mejillas rojas, mal espíritu y peor lengua. Y el principal empleo que hace de
ella es hablar mal de los alumnos del doctor Strong. Dijo públicamente que con una sola
mano y la otra atada a la espalda era capaz de dar una paliza a cualquiera y nombró a
varios (a mí entre otros). Esperaba en la calle a los más pequeños de nuestros compañeros
y los machacaba a puñetazos. Un día me desafió en voz alta al pasar por su lado, a
consecuencia de lo cual decidí que nos pegásemos.