Cuando me despedí de ellos me instaron los dos tan vivamente para que fuera a comer
con ellos antes de su partida, que me fue imposible negarme. Pero como no sabía si
podría it al día siguiente, pues tenía mucho trabajo que preparar por la noche, quedamos
en que mister Micawber pasaría por la tarde por el colegio (estaba convencido de que los
fondos que esperaba de Londres le llegarían aquel día) para ente rarse de si podia ir o no.
Así es que el viernes por la tarde vinieron a buscarme cuando estaba en clase, y encontré
a mister Micawber en el salón, y quedamos en que me esperasen a comer al día siguiente.
Cuando le pregunté si había recibido el dinero, me estrechó la mano y desapareció.
Aquella misma noche, estando asomado a mi ventana, me sorprendió y preocupó
bastante el verle pasar del brazo de Uriah Heep, que parecía agradecer con profunda
humildad el honor que le hacían, mientras míster Micawber se deleitaba extendiendo
sobre él una mano protectora. Pero toda vía quedé más sorprendido cuando al llegar al
hotel al otro día a la hora indicada me enteré de que mister Micawber había estado en
casa de Uriah Heep tomando ponche con él y con su madre.
-Y le diré una cosa, mi querido Copperfield - me dijo míster Micawber-; su amigo Heep
será un buen abogado. Si le hubiera conocido en la época en que mis dificultades
terminaron en aquella crisis, todo lo que puedo decir es que estoy convencido de que mis
negocios con los acreedores habrían terminado mucho mejor de lo que terminaron.
No comprendía cómo habrían podido terminar de otro modo, puesto que mister
Micawber no había pagado nada; pero no quise preguntarlo. Tampoco me atreví a decir
que esperaba que no se hubiera sentido demasiado comunicativo con Uriah, ni a
preguntarle si habían hablado mucho de mí. Temía herirle; mejor dicho, temía herir a su
señora, que era muy susceptible. Pero aquella idea me preocupó mucho, y hasta después
he pensado en ella.
La comida fue soberbia. Un plato de pescado, carne asada, salchichas, una perdiz y un
pudding. Vino, cerveza, y al final mistress Micawber nos hizo con sus propias manos un
ponche caliente.
Míster Micawber estaba muy alegre. Muy rara vez le había visto de tan buen humor.
Bebía tanto ponche, que su rostro relucía como si le hubieran barnizado. Con tono alegremente sentimental propuso beber a la prosperidad de la ciudad de Canterbury, declarando
que había sido muy dichoso en ella, igual que su señora, y que no olvidaría nunca las
horas agradables que había pasado aquí. Después brindó a mi salud; y luego los tres
estuvimos recordando nuestra antigua amistad y, entre otras cosas, la venta de todo
cuanto poseían.
Más tarde yo propuse beber a la salud de mistress Micawber, y dije con timidez: «Si
usted me lo permite, mistress Micawber, me gustaría beber a su salud ahora», con lo que
su marido se lanzó en un elogio pomposo de ella, declarando que había sido para él un
guía, un filósofo y un amigo, y aconsejándome que cuando estuviera en edad de casarme
buscase una mujer como aquella, si es que era posible encontrarla.
A medida que el ponche disminuía, míster Micawber se iba poniendo más alegre.
También mistress Micawber cedió a su influencia, y nos pusimos a cantar Auld Lang
Syne. Cuando llegamos a « Aquí está mi mano, hermano verda dero», los tres nos
agarramos las manos alrededor de la mesa, y cuando llegamos a lo de «tomar un recto
guía», aunque no teníamos idea de a qué podía referirse, estábamos realmente
conmovidos.
En una palabra, nunca he visto a nadie tan alegremente jovial como a míster Micawber
hasta el último momento aquella noche cuando me despedí cariñosamente de él y de su
amable esposa. Por lo tanto, no estaba preparado, a las siete de la mañana siguiente, para