-Sí -continuó mistress Micawber-. Es triste considerar a la humanidad bajo ese aspecto,
Copperfield; pero la recepción que nos hicieron fue decididamente un poco fría. No hay
que dudarlo. El hecho es que mi familia de Plimouth se puso completamente en contra de
míster Micawber antes de una semana.
Yo le dije (y lo pienso) que debían avergonzarse de su conducta.
-He aquí lo que ha pasado -continuó mistress Micawber-. En semejantes circunstancias,
¿qué podía hacer un hombre del orgullo de mi marido? No había otro recurso que pedir a
aquella gente el dinero necesario para volver a Londres; el caso era volver, fuera como
fuera.
-¿Y entonces se volvieron ustedes?
-Sí; volvimos todos -respondió mistress Micawber-. Desde entonces he consultado con
otros miembros de mi familia sobre el partido que debía tomar míster Micawber, pues
sostengo que hay que tomar una resolución, Copperfield - insistió mistress Micawber,
como si yo le dijera lo contrario-. Es evidente que una familia compuesta de seis
personas, sin contar a la criada, no puede vivir del aire.
-Ciertamente, señora -dije.
-La opinión de las diversas personas de mi familia -continuó mistress Micawber- fue
que mi marido debía inmediatamente dedicar su atención al carbón.
-¿A qué, señora?
-A los carbones -repitió mistress Micawber-. Al comercio del carbón. Micawber,
después de tomar informes concienzudos, pensó que quizá habría esperanzas de éxito,
para un hombre de capacidad, en el negocio de carbones de Medway y decidió que lo
primero que había que hacer era visitar el Medway. Y con ese objeto hemos venido. Digo
hemos, míster Copperfield, porque yo nunca abandonaré a Micawber-añadió con
emoción.
Murmuré algunas palabras de admiración y aprobación.
-Hemos venido -repitió mistress Micawber- y hemos visto el Medway. Mi opinión
sobre la explotación del carbón por ese lado es que puede requerir talento, pero que sobre
todo requiere capital. Talento, míster Micawber tiene de sobra; pero capital, no. Según
creo, hemos visto la mayor parte del Medway, y esta ha sido mi opinión personal.
Después, como ya estábamos tan cerca de aquí, Micawber opinó que sería estar locos
marchamos sin ver la catedral; en primer lugar, porque no la habíamos visto nunca, y
merece la pena, y además, porque había muchas probabilidades de que surgiera algo en
una ciudad que tiene semejante catedral. Y estamos aquí ya hace tres días, y todavía no
ha surgido nada. Usted no se extrañará demasiado, mi querido Copperfield, si le digo que,
por el momento, esperamos dinero de Londres para pagar nuestros gastos en este hotel.
Hasta la llegada de esa suma -continuó mistress Micawber con mucha emoción-, estoy
privada de volver a mi casa (me refiero a nuestro alojamiento de Pentonville) para ver a
mi hijo, a mi hija y a mis dos mellizos.
Sentía la mayor simpatía por el matrimonio Micawber en aquellas circunstancias
difíciles, y así se lo dije a él, que volvía en aquel momento, añadiendo que sentía mucho
no tener bastante dinero para prestarles lo que necesitaban. La respuesta de míster
Micawber me demostró la inquietud de su espíritu, pues dijo estrechándome las manos:
-Copperfield, es usted un verdadero amigo; pero aun poniendo las cosas en lo peor,
ningún hombre puede decirse que está sin un amigo mientras tenga una navaja de afeitar.
Al oír aquella idea terrible, mistress Micawber se abrazó a su marido pidiéndole que se
tranquilizara. Él lloró; pero no tardó mucho en reponerse, pues un instante después
llamaba para encargar al mozo un plato de riñones y pudding para el desayuno del
siguiente día.