-Sin embargo, usted esta mañana ha supuesto que yo pecaba de eso mismo.-No, no, querido míster Copperfield, créame, no. Tal pensamiento nunca se me ha pasado por la imaginación. Nunca me hubiera parecido usted orgulloso por encontrarnos demasiado humildes. ¡ Somos tan poca cosa!- ¿ Ha estudiado usted mucho Derecho últimamente?-pregunté por cambiar la conversación.- ¡ Oh míster Copperfield! Mis lecturas mal pueden llamarse estudios. Por la noche he pasado a veces una hora o dos con el libro de Tidd.-Presumo que será muy difícil.-A veces sí me resulta algo duro-contestó Uriah-, pero no sé lo que podrá ser para una persona en otras condiciones. Después de tamborilear en su barbilla con dos dedos de su mano esquelética, añadió:-Hay expresiones, ¿ sabe usted, míster Copperfield?, palabras y términos latinos en el libro de Tidd que confunden mucho a un lector de cultura tan modesta como la mía.- ¿ Le gustaría a usted aprender latín?-le dije vivamente-. Yo podría enseñárselo a medida que yo mismo lo estudio.- ¡ Oh!, gracias míster Copperfield-respondió sacudiendo la cabeza- Es usted muy bueno al ofrecerse, pero yo soy demasiado humilde para aceptar.- ¡ Qué tontería, Uriah!-Perdóneme, míster Copperfield; se lo agradezco infinitamente y sería para mí un placer muy grande, se lo aseguro; pero soy demasiado humilde para ello. Hay ya bastante gente deseando agobiarme con el reproche de mi inferior situación; no quiero herir sus ideas estudiando. La instrucción no ha sido hecha para mí. En mi situación vale más no aspirar a tanto. Si quiero avanzar en la vida tengo que hacerlo humildemente, míster Copperfield. No había visto nunca su boca tan abierta ni las arrugas de sus mejillas tan profundas como en el momento en que expuso aquel principio sacudiendo la cabeza y retorciéndose con modestia.-Creo que está usted equivocado, Uriah; y estoy seguro de poder enseñarle algunas cosas si usted tuviera ganas de aprenderlas.-No lo dudo, míster Copperfield-respondió-, estoy seguro; pero como usted no está en una situación humilde quizá no sabe juzgar a los que lo estamos. Yo no quiero insultar con mi instrucción a los que están por encima de mí; soy demasiado modesto para ello... Pero hemos llegado a mi humilde morada, míster Copperfield. Entramos directamente desde la calle en una habitación baja, decorada a la antigua, donde encontramos a mistress Heep, el verdadero retrato de Uriah, salvo que más menudo. Me recibió con la mayor humildad y me pidió perdón por besar a su hijo.-Pero, ve usted-dijo-, por pobres que seamos, tenemos uno por otro un afecto que es muy natural y no hace daño a nadie. La habitación, medio gabinete, medio cocina, estaba muy decente. Los cacharros para el té estaban preparados encima de la mesa, y el agua hervía en la lumbre. No sé por qué se sentía que allí faltaba algo. Había una cómoda con un pupitre encima, donde Uriah leía o escribía por las noches. También estaba su carpeta azul, llena de papeles, y una serie de libros, a la cabeza de los cuales reconocí a Tidd. En un rincón había una alacena donde tenían todo lo más indispensable. No recuerdo que los objetos en particular dieran la sensación de miseria ni de economía; pero la habitación entera daba aquella impresión. Quizá formaba parte de la humildad de mistress Heep su luto continuado; a pesar del tiempo transcurrido desde la muerte de su marido, seguía con su luto de viuda. Puede que hubiera alguna ligera modificación en la cofia, pero todo lo demás seguía tan severo como el primer día de su viudez.