Míster Dick era muy aficionado a las galletas, y mi tía, para hacerle los viajes aún más
agradables, me había dado instrucciones para abrirle crédito en una confitería; lo que se
hizo estipulando que no se le serviría más de un chelín en el curso de un día. Esto y la
referencia de que ella pagaba las pequeñas cuentas del hotel donde pasaba la noche me
hicieron sospechar que sólo le dejaba sonar el dinero en el bolsillo; pero gastarlo, nunca.
Más adelante descubrí que así era, o por lo menos que había un arreglo entre él y mi tía, a
quien tenía que dar cuenta de todo lo que gastase, y como él no tenía el menor interés en
engañarla y siempre estaba deseando complacerla, era muy moderado en sus gastos. En
este punto, como en tantos otros, míster Dick estaba convencido de que mi tía era la más
sabia y admirable de todas las mujeres, y me lo repetía a todas horas en el mayor secreto
y siempre en un murmullo.
-Trotwood -me dijo míster Dick un día con cierto aire de misterio, y después de
haberme hecho aquella confidencia-. ¿Quién es ese hombre que se oculta cerca de nuestra
casa para asustarla?
-¿Para asustar a mi tía?
Míster Dick asintió.
-Yo creí que nada podía asustarla -me dijo-, porque ella... (Aquí murmuró suavemente
...), no se lo digas a nadie, pero es la más sabia y la más admirable de todas las mujeres.
Después de decir esto dio un paso atrás para ver el efecto que aquella declaración me
producía.
-La primera vez que vino -continuó míster Dick- estaba... Veamos... mil seiscientos
cuarenta y nueve es la fecha de la ejecución del rey Carlos I. Creo que me dijiste mil seiscientos cuarenta y nueve.
-Sí.
-No comprendo cómo puede ser -insistió míster Dick muy confuso y moviendo la
cabeza- No creo que pueda ser tan viejo.
-¿Fue en aquella fecha cuando apareció el hombre? -pregunté.
-Porque realmente -continuó míster Dick- no veo cómo pudo ser en aq uel año,
Trotwood. ¿Has encontrado esa fecha en la historia?
-Sí, señor.
-¿Y la historia no mentirá nunca? ¿Tú qué crees? --dijo míster Dick con un rayo de
esperanza en los ojos.
-¡Oh, no, no! -repliqué de la manera más rotunda.
Era joven a ingenuo, y lo creía así.
-Entonces no puedo creerlo -repitió míster Dick-. En esto hay alguna confusión; sin
embargo, fue muy poco después de la equivocación (meter algo de la confusión de la
cabeza del rey Carlos en la mía) cuando llegó por primera vez aquel hombre. Estaba
paseándome con tu tía después del té, precisamente cuando anochecía, y él estaba allí, al
lado de la casa.
-¿Se paseaba? -pregunté.
-¿Que si se paseaba? -repitió míster Dick-. Déjame que recuerde un poquito. No, no; no
paseaba.
Para terminar antes, le pregunté:
-Entonces ¿qué hacía?
-Nada, porque no estaba allí ---contestó míster Dick-. Hasta que se acercó a ella por
detrás y le murmuró algo al oído. Ella se volvió y se sintió indispuesta. Yo también me
había vuelto para mirarle; pero él se marchó. Pero lo más extraño es que ha continuado
oculto siempre, no sé si dentro de la tierra.
-¿Está oculto desde entonces? -pregunté.