Charles Dickens | Page 147

pañales improvisados, con gran sorpresa de todos, pues las polainas del doctor eran tan conocidas en los alrededores como la catedral. La leyenda añadía que el único que no las reconoció fue el doctor, que, viéndolas poco después en el escaparate de una tienda de compraventa de mala fama, donde recibían toda clase de cosas a cambio de un vaso de ginebra, se detuvo a examinarlas con aire de aprobación, como si observase en ellas algún nuevo perfeccionamiento en su corte que les diera una ventaja señalada sobre las suyas. Lo que era un encanto era ver al doctor con su mujercita. Tenía una manera afectuosa y paternal de demostrarla su ternura, que sólo con eso se expresaba la bondad de aquel hombre. A menudo los veía paseando por el jardín, por donde estaban los melocotones, y a veces lo había observado de cerca en el despacho del doctor o en el salón. Ella parecía cuidarle y quererle mucho, aunque su interés por el diccionario nunca me pareció demasiado grande, a pesar de que los bolsillos y el sombrero del doctor estaban siempre llenos de fragmentos de aquel trabajo y generalmente parecía que se lo e xplicaba a ella mientras se paseaban. Yo veía mucho a mistress Strong, pues se había aficio nado a mí desde el día en que me presentaron al doctor, y siempre continuó interesándose por mí con cariño. Quería mucho a Agnes y venía a menudo a nuestra casa. Era curioso que con míster Wickfield estaba siempre nerviosa, y parecía tenerle miedo. Cuando venía a vernos por la tarde, evitaba siempre aceptar su brazo para volver a su casa, y me pedía a mí que la acompañara. A veces, cuando atrave sábamos alegremente el patio de la catedral sin esperar encontrar a nadie, veíamos aparecer a Jack Maldon, que se sorprendía mucho de vemos. La madre de mistress Strong me entusiasmaba. Se llamaba mistress Mackleham; pero los chicos solían llamarla el Veterano, por la táctica con que hacía maniobrar contra el doctor al numeroso batallón de sus parientes. Era una mujercita de ojos penetrantes, que llevaba siempre, cuando iba muy vestida, una toca adornada con flores artificiales y dos mariposas, también artificiales, que revoloteaban alrededor de las flores. Se decía entre nosotros que aquella toca procedía, seguramente, de Francia y, en efecto, su origen debía de ser de aquella ingeniosa nación; pero lo que sé con certeza es que aparecía por las noches por todas partes por donde mistress Mackleham hacía su entrada, pues tenía un cestito chino para llevarla de una casa a otra. Las mariposas tenían el don de revolotear con sus alas temblorosas como las abejas laboriosas, aunque al doctor Strong sólo le ocasionaba gastos. Observaba al Veterano, y conste que no adopto el nombre por faltarle al respeto, con toda comodidad una noche que se me hizo memorable por otro incidente que también voy a relatar. El doctor daba aquella noche una reunión de despedida en honor de Jack Maldon, que se marchaba a las Indias, donde iba como cadete en un regimiento o algo parecido, habiendo terminado por fin aquel asunto míster Wickfield. Ese día era también el cumpleaños del doctor. Hacíamos una fiesta y le habíamos hecho nuestro regalo por la mañana. El número uno había pronunciado un discurso en nombre de todos los alumnos y le habíamos vitoreado hasta quedar roncos, lo que le había emocionado haciéndole llorar. Y ahora, por la noche, míster Wickfield, Agnes y yo veníamos a tomar el té en su compañía. -He olvidado, doctor -dijo la madre de mistress Strong cuando nos hubimos sentado-, felicitarle en este día, como es de rigor, aunque en mi caso esto no es una fórmula; permítame desearle muchas felicidades para este año y muchos que le sigan. -Muchas gracias, señora -contestó el doctor. -Muchos, muchos, muchos años de felicidad -dijo el Veterano-, no solamente por usted, sino también por Annie, por Jack Maldon y por otras muchas personas.