aproveché bastante, y en muy poco tiempo mi vida en Murdstone y Grimby me pareció
tan lejana que me costaba trabajo creer en ella, mientras que mi vida actual me era tan
familiar que me parecía que la llevaba hacía mucho tiempo.
La escuela del doctor Strong era inmejorable y se parecía tan poco a la de míster
Creakle como el bien y el mal. Es taba dirigida con un orden grave y decoroso y por un
buen sistema. En todas las cosas se apelaba al honor y a la buena fe de los alumnos, con
la intención confesada de contar con estas cualidades mientras no se diera motivo para lo
contrario. Esta confianza daba los mejores resultados. Todos sentíamos que tomábamos
parte en la buena marcha del establecimiento y que a nosotros tocaba mantener su
reputación y su honor. Así, todos nos encariñábamos vivamente con la casa y, por mi
parte, puedo responder que no he visto ni a uno de mis camaradas que no pensase como
yo.
Estudiábamos con todas nuestras fuerzas, para hacer ho nor al doctor, y en el recreo nos
divertíamos mucho y gozá bamos de mucha libertad. Recuerdo que con todo aquello
hablaban muy bien de nosotros en la ciudad, y que nuestra conducta y modales rara vez
perjudicaban la reputación del doctor Strong o la de sus alumnos. Algunos de los
mayores, que vivían en casa del doctor, me informaron de ciertos de talles de su vida. No
hacía todavía un año que se había casado con la linda mujer que vi en su despacho. Por su
parte había sido un matrimonio de amor. La chica no tenía dinero, según decían nuestros
camaradas; pero, en cambio, poseía una cantidad enorme de parientes pobres, siempre
dispuestos a invadir la casa de su marido. Se atribuían los modales distraídos del doctor a
las pesquisas constantes a que se entregaba sobre las raíces griegas. En mi inocencia, o
mejor dicho en mi ignorancia, suponía que el doctor tenía una especie de manía botánica,
tant o más cuanto siempre iba mirando al suelo al andar. Fue bastante más tarde cuando
llegué a saber que se trataba de las raíces de las palabras, y que tenía intención de hacer
un nuevo diccionario. Adams, que era el primero de la clase y que tenía mucha
disposición para las matemáticas, había calculado el tiempo que tardaría el doctor en
hacer aquel diccionario; teniendo en cuenta su plan primitivo y los resultados obtenidos,
calculaba que para dar fin a aquella empresa necesitaría mil seiscientos cua renta y nueve
años a partir del último aniversario del doctor, que había cumplido entonces los sesenta y
dos. Pero el doctor era el ídolo de los alumnos, y, en realidad, hubiese sido necesario que
el colegio hubiera estado compuesto por niños muy malos para que fuera de otro modo,
pues verdaderamente era el mejor de los hombres, lleno de una fe tan sencilla, que habría
podido conmover hasta los corazones de piedra de las grandes urnas alineadas a lo largo
de la verja cuando paseaba de arriba abajo en el patio, bajo las miradas de los cuervos y
de las comejas, que le seguían volviendo la cabeza con expresión de lástima, como si
supieran que estaban mucho más al corriente que él de los asuntos de este mundo. Si un
vagabundo, atraído por el crujir de sus zapatos, lograba acercársele lo bastante para
llamar su atención con un relato de miseria, podía estar seguro de obtener de su caridad lo
suficiente para vivir bien dos días. Sabían esto tan bien en la casa, que los maestros y los
discípulos de más edad saltaban muchas veces por la ventana para arrojar a los mendigos
antes de que el doctor pudiera percatarse de su presencia, y muchas veces hasta se había
hecho esto a unos pasos de él sin que se diera cuenta. Una vez fuera de sus dominios y
desprovisto de toda protección era como una oveja para los rateros. De buena gana se
habría quitado las polainas para darlas. A decir verdad, circulaba entre nosotros una
historia que se remontaba a no sé qué época y se fundaba en no sé qué autoridad, pero
que yo creo que era cierta. Se decía que un día de invierno, en que hacía mucho frío, el
doctor había dado sus polainas a una pobre mujer, que enseguida había suscitado el
escándalo de la vecindad paseando de puerta en puerta a su nene envuelto en aquellos