Verdaderamente se parecía de una manera asombrosa a la cabeza tallada en el extremo
de la viga cerca de mi ventana mientras estaba así sentado en su humildad, mirándome de
lado con la boca abierta y las arrugas en las mejillas.
-Míster Wickfield es un hombre excelente, míster Copperfield --dijo Uriah ; pero si
usted le conoce desde hace mucho tiempo sabrá sobre él más de lo que yo pueda decirle.
Le repliqué que estaba convencido; pero que no hacía mucho tiempo que le conocía,
aunque era muy amigo de mi tía.
-¡Ah! En verdad, míster Copperfield, su tía es una mujer muy amable.
Cuando quería expresar entusiasmo se retorcía de la manera más extraña; nunca he
visto nada más feo. Así, olvidé por un momento los cumplidos que hacía de mi tía, para
fijarme en las sinuosidades de serpiente que imprimía a todo su cuerpo.
-Una señora muy amable, míster Copperfield -repuso-, y creo que tiene una gran
admiración por miss Agnes.
Respondí que sí, aunque no sabía nada. ¡Dios me perdone!
-Y espero que usted piensa como ella; ¿no es así?
-Todo el mundo debe estar de acuerdo en eso -respondí yo.
-¡Oh!, muchas gracias por esa observación, míster Cop perfield -dijo Uriah Heep-. Eso
que dice usted es tan cierto; a pesar de mi humildad sé que es tan cierto. ¡Oh, gracias,
míster Copperfield!
Y se retorció en la exaltación de sus sentimientos. Después se levantó y empezó a
prepararse para marchar.
-Mi madre debe estar esperándome -dijo mirando un reloj opaco a insignificante que
sacó del bolsillo-, y debe de empezar a estar inquieta, pues dentro de nuestra humil dad
nos queremos mucho. Si quisiera usted venir a vernos un día y tomar una taza de té en
nuestra pobre morada mi madre se sentiría tan orgullosa como yo de recibirle.
Respondí que iría con mucho gusto.
-Gracias, míster Copperfield -dijo Uriah poniendo su libro encima del estante¿Supongo que estará usted aquí bastante tiempo?
Le dije que suponía que viviría con míster Wickfield mientras estuviera en el colegio.
-¡Ah! -exclamó Uriah-. Entonces pienso que termi nará usted entrando en los negocios,
míster Copperfield.
Yo dije que no tenía la menor intención de ello y que a nadie se le había ocurrido
pensar semejante cosa; pero Uriah se empeñaba en contestar a todas mis réplicas: «¡Oh,
sí, míster Copperfield; seguramente!», o bien: « ¡Oh, naturalmente, míster Copperfield;
estoy seguro de que será así!». Por último, cuando terminó sus preparativos, me preguntó
si le permitía apagar la luz, y al contestarle que sí, la apagó al instante, y después de
estrecharme la mano (que en la oscuridad me pareció un pez), entreabrió la puerta de la
calle, se deslizó fuera y la volvió a cerrar, dejándome que buscara mi camino a tientas, lo
que hice con mucho trabajo, después de tropezar contra su taburete. Por esto sin duda
estuve soñando con él la mitad de la noche. Entre otras cosas, le vi lanzar al mar la casa
de míster Peggotty para dedicarse a una expedición pirata bajo una bandera negra que
llevaba como divisa « La práctica de Tidd» y que nos arrastraba tras de sí bajo aquella
enseña diabólica a la pequeña Emily y a mí para ahogarnos en los mares españoles.
Al día siguiente, cuando fui a la escuela, me sentí menos tímido, y mucho menos al
otro, y así fui por grados hasta que me encontré completamente a mis anchas y feliz entre
mis nuevos compañeros.
Todavía era torpe en los juegos y estaba atrasado en ¡Os estudios; pero contaba con la
costumbre para conseguir lo primero, y pensaba trabajar mucho en lo segundo. En consecuencia, me puse con ahínco a las dos cosas. En los juegos y en lo serio. Creo que