Charles Dickens | Page 143

Cuando terminamos de comer subimos al salón, y todo sucedió exactamente como el día anterior. Agnes puso los vasos y botellas en el mismo rincón y míster Wickfield se sentó a beber y bebió bastante. Agnes tocó el piano para él y trabajó y charló y jugó varias partidas al dominó conmigo. A su hora hizo el té; y después, cuando yo cogí mis libros para repasarlos, ella también los miró para decirme lo que sabía de ellos (que era mucho más de lo que yo creía) y me indicó la mejor manera de estudiar y de entenderlos. La veo con sus modales modestos, tranquilos y ordenados, y oigo su hermosa voz serena, mientras escuchaba sus palabras; la influencia beneficiosa que llegó a ejercer en todo sobre mí más adelante empezaba ya a dejarse sentir. Amo a Emily, y no puedo decir que amo a Agnes; es completamente distinto: pero siento que donde Agnes está, con ella están la paz, la bondad y la verdad, y que la plácida luz de vidriera de iglesia que he visto hace tiempo la ilumina siempre, y a mí también cuando estoy a su lado, y a todo lo que la rodea. Llegó la hora de acostarse. Acababa de dejarnos, y yo daba la mano a míster Wickfield para despedimos, cuando me detuvo diciendo: -¿Qué te gusta más, Trotwood, estar con nosotros o it a otro lado? -Estar aquí -contesté presuroso. -¿Estás seguro? -¡Si usted puede; si le gusta! -Pero temo que es un poco triste nuestra vida, muchacho -dijo. -¿Por qué va a ser más triste para mí que para Agnes? No es nada triste. -¿Que Agnes? -repitió acercándose despacio a la gran chimenea y apoyándose en ella-. ¿Que Agnes? Aquella noche había bebido (me pareció) hasta tener los ojos inyectados. Ahora no podía vérselos porque tenía la cabeza baja y los tapaba además con sus manos; pero hacía un momento me lo había parecido. -Ahora me pregunto si mi Agnes estará cansada de mí. Yo nunca podré cansarme de ella; pero es tan diferente, tan completamente diferente... Hablaba para sí sin dirigirse a mí, así es que permanecí inmóvil. -Es una casa vieja y triste y una vida monótona. Pero necesito tenerla cerca de mí, lo necesito. Sí; sólo la idea de que puedo morir y dejarla, o de que puede ella morir y dejarme, viene como un espectro a amargar mis horas más felices, y solamente puedo ahogarlo en... No pronunció la palabra; pero se acercó lentamente al sitio en que había estado sentado a hizo el gesto de servirse vino de la botella vacía; después la dejó y volvió a pa searse. -Y si ese miserable pensamiento es tan punzante teniéndola a mi lado -prosiguió-, ¿que sería si estuviera lejos? No, no, no; no puedo decidirme. Volvió a apoyarse en la chimenea durante tanto tiempo, que yo no sabía qué decidir, si marcharme, exponiéndome a interrumpirle, o continuar inmóvil como estaba hasta que saliese de sus sueños. Por último se rehizo y buscó por la habitación hasta que me encontraron sus ojos. -¿Te quedas con nosotros, verdad, Trotwood? -dijo con su tono habitual, y como si contestara a algo que yo acabara de decir---. Me alegro mucho; nos harás compañía a los dos. Será un bien que te quedes; bien para mí, bien para Agnes, y quizá bien para todos. -Para mí estoy seguro -dije-. ¡Estoy aquí tan contento! -Eres un buen chico -dijo míster Wickfield-y puedes permanecer aquí todo el tiempo que quieras.