-Sí, míster Murdstone. Usted se hizo el tirano de aquella inocente niña y le rompió el
corazón. Tenía un alma tierna, lo sé, lo sabía muchos años antes de que usted la
conociera, y usted supo escoger su parte débil para darle los golpes por los que ha
muerto. Esa es la verdad, le guste o no, haga usted lo que haga y le hayan servido los que
le hayan servido de instrumentos.
-Permítame preguntarle, miss Trotwood -dijo miss Murdstone-, a quién llama usted,
con una elección de expresiones a que no estoy acostumbrada, los instrumentos de mi
hermano.
Miss Betsey, persistiendo en una sordera inquebrantable, reanudó su discurso:
-Estaba a la vista, desde muchos años antes de que usted la conociera (y está por
encima de la razón humana) el comprender por qué ha entrado en los planes misteriosos
de la Providencia el que usted la conociera; era natural que aquella pobre cria tura
volviera a casarse un día; pero yo esperaba que no le saliera tan mal. Era en la época en
que trajo al mundo a este niño, a este pobre niño, de quien usted se ha servido para
martirizarla, lo que es ahora un recuerdo tan desagradable, que le hace aborrecer su
presencia. Sí, sí; no necesita usted extremecerse --continuó mi tía-. Estoy convencida sin
necesidad de eso.
Míster Murdstone permanecía todo el tiempo de pie al lado de la puerta, mirándola
fijamente con la sonrisa en los labios, pero con las cejas fruncidas. Observé entonces que,
aunque continuaba sonriendo, había palidecido de pronto y parecía respirar con
dificultad.
-Que usted lo pase bien, caballero -dijo mi tía- Adiós. Buenos días, señorita -continuó
volviéndose bruscamente hacia la hermana-. Si vuelvo a verla alguna vez pasar en burro
por mi praderita, le aseguro, como que tiene usted cabeza encima de los hombros, que le
arranco el sombrero y lo pateo.
Sería necesario un pintor, y un pintor de talento excepcional, para dar idea del rostro de
mi tía al hacer aquella decla ración inesperada, y del de miss Murdstone al oírla. Pero el
gesto no era menos elocuente que las palabras, en vista de lo cual miss Murdstone cogió
discretamente el brazo de su her mano y salió majestuosa de la casa. Mi tía, desde la
ventana, los miraba alejarse, dispuesta sin ninguna duda a poner al instante su amenaza
en ejecución en el caso de que el burro reapareciera.
No habiendo intentado ellos responder al desafío, el rostro de mi tía se dulcificó poco a
poco, tanto que me atreví a darle las gracias y a abrazarla, lo que hice con todo mi corazón echando mis brazos alrededor de su cuello. Después di un apretón de manos a míster
Dick, que quiso repetir la ceremonia muchas veces seguidas, y que saludó el feliz término
del asunto con repetidas carcajadas.
-Usted se considerará a medias conmigo como tutor de este niño, míster Dick --dijo mi
tía.
-Estaré encantado de ser el tutor del hijo de David.
-Muy bien -dijo mi tía-; es cosa convenida. Pensaba en algo, míster Dick: ¿Podría
llamarle Trotwood?
-Ciertamente, ciertamente; llámele Trotwood -dijo míster Dick-. Trotwood, hijo de
David.
-¿Quiere usted decir Trotwood Copperfield? -preguntó mi tía.
-Sí, sin duda; Trotwood Copperfield -dijo, un poco avergonzado.
Mi tía estaba tan contenta con su idea, que ella misma marcó con tinta indeleble las
camisas que me co mpraron aquel mismo día, antes de que me pusiera ninguna; y se decidió que el resto de mi ropa, que también encargó aquel mismo día, llevaría la misma
marca.