retrasada indefinidamente; pero mi tía, impaciente ya, acababa de decir que la sirvieran,
cuando lanzó un grito de alarma a la vista de un burro. ¡Cuál no sería mi consternación al
ver a miss Murdstone, montada en él, atravesar con paso decidido el césped sagrado,
detenerse enfrente de la casa y mirar a su alrededor!
-¡Váyase usted; no tiene nada que hacer aquí! -gritaba mi tía sacudiendo su cabeza y su
puño por la ventana-. ¿Cómo se atreve usted? ¡Que se marche! ¡Oh, qué descaro!
Mi tía estaba tan exasperada por la frescura con que miss Murdstone miraba a su
alrededor, que creí que perdía el movimiento y se quedaba incapaz de salir al ataque
como de costumbre. Aproveché la oportunidad para informarle de quiénes eran aquella
señora y aquel caballero que se acercaban a ella, pues el camino era una pendiente y el
señor que se había quedado detrás era míster Murdstone en persona.
-¡Me tiene sin cuidado quiénes sean! -exclamó mi tía sacu