frunció las cejas, cruzó los brazos y me contempló a su gusto con una fijeza y atención
que me confundían extraordinariamente. No había terminado toda vía de desayunar y
trataba de ocultar mi confusión co miendo; pero mi cuchillo se enredaba entre los dientes
del tenedor, que a su vez chocaban con el cuchillo, y cortaba el jamón de una manera tan
enérgica que voló por el aire en lugar de tomar el camino de mi boca. Me atragantaba al
beber el té, que se empeñaba en ahogarme; por fin renuncié a seguir y me sentí enrojecer
bajo el examen escrutador de mi tía.
-¡Vamos! -dijo después de un silencio.
Levanté los ojos y sostuve con respeto sus miradas vivas y penetrantes.
-Le he escrito -dijo mi tía.
-¿A...?
-A tu padrastro -dijo-. Le he enviado una carta, la que tendrá que atender, sin lo cual
tendremos que vemos las caras; se lo prevengo.
-¿Sabe dónde estoy, tía mía? -pregunté con temor.
-Se lo he dicho --dijo mi tía mo viendo la cabeza.
-¿Y piensa usted... volver a ponerme en sus manos? -pregunté balbuciendo.
-No lo sé --dijo-; ya veremos.
-¡Oh Dios mío! ¿Qué va a ser de mí -exclamé- si tengo que volver a casa de míster
Murdstone?
-No sé nada --dijo mi tía-, no sé nada en absoluto; ya veremos.
Estaba muy abatido; tenía apretado el corazón y el valor me abandonaba. Mi tía, sin
ocuparse de mí, sacó del armario un delantal de peto, se lo puso, limpió ella misma las
tazas, y después, cuando todo estuvo en orden y puesto en la bandeja, dobló el mantel,
colocó encima las tazas y llamó a Janet para que se lo llevara todo. Después se puso
guantes para quitar las migas con una escobita, hasta que no se vio en la alfombra ni un
átomo de polvo, después de lo cual limpió y arregló la habitación, que a mí me parecía
estaba ya en orden perfecto. Cuando terminó todos estos quehaceres a su gusto, se quitó
los guantes y el delantal, los dobló, los guardó en el rincón del armario de donde los
había sacado y fue a sentarse con su caja de labor al lado de la mesa, cerca de la ventana
abierta, y se puso a trabajar detrás del biombo verde, frente a la luz.
-¿Quieres subir - me dijo mientras enhebraba la aguja a dar los buenos días de mi parte a
míster Dick y decirle que me gustaría saber si su Memoria avanza?
Me levanté vivamente para cumplir su encargo.
---Supongo -dijo mi tía, mirándome tan atentamente como a la aguja que acababa de
enhebrar-, supongo que el nombre de Dick te parecerá algo corto.
-Es lo que pensaba ayer: que me parece algo corto -respondí.
-No vayas a creer que no tiene otro, que podría usar si quisiera -dijo mi tía con
dignidad-. Babley, míster Ri chard Babley, ese es su verdadero nombre.
Iba a decir, por un sentimiento de respeto a causa de mi juventud y por la familiaridad,
un tanto censurable, que me había tomado, que quizá sería mejor que le llamase por su
nombre entero; pero mi tía prosiguió:
-Pero no le llames en ningún caso así; no puede soportar su nombre; es una peculiaridad
suya, aunque no sé si a eso se le podrá llamar siquiera manía. Pero ha sufrido bastante por
culpa de personas que llevaban ese mismo nombre para que le repugne mortalmente,
Dios lo sabe. Dick es aquí su nombre, y en todas partes ya; es decir, si fuera alguna vez a
alguna parte, que no va. Así, ten cuidado, hijo mío, y no le llames nunca más que míster
Dick.
Prometí obedecer y subí a cumplir mi mensaje; y pensaba en el camino que si míster
Dick trabajaba en su Memoria desde hacía mucho tiempo con la asiduidad que ponía