cuando le vi aquella mañana por la puerta abierta al bajar a desayunar, la Memoria debía
de estar acabándose. Le encontré todavía absorto en la misma ocupación, con una larga
pluma en la mano y la cabeza casi pegando contra el papel. Estaba tan abstraído que tuve
tiempo de fijarme, antes de que se perca tara de mi presencia, en una gran cometa que
había en un rincón, en numerosos paquetes de manuscritos en desorden, plumas
innumerables y, por encima de todo, una inmensa provisión de tinta (por lo menos una
docena de botellas de litro alineadas).
-¡Ah Febo! --dijo míster Dick depositando la pluma-, no sé cómo va el mundo; pero te
diré una cosa -añadió bajando la voz- : no querría que lo repitieras, pero...
Aquí me hizo signos de que me acercara, y hablándome al oído: «El mundo está loco,
loco de atar, hijo mío», dijo míster Dick cogiendo tabaco de una caja redonda que había
encima de la mesa y riendo de todo corazón.
Yo cumplí mi menaje sin aventurarme a decir mi parecer sobre aquella cuestión.
-Pues bien -dijo míster Dick como respuesta-; salúdala de mi parte y dile que... creo que
estoy en buen camino; creo verdaderamente estar en buen camino -dijo míster Dick
pasándose la mano por sus cabellos grises y lanzando una mirada inquieta a su
manuscrito-. ¿Has estado en el colegio?
-Sí, señor -respondí-; una temporada.
-¿Y recuerdas la fecha -dijo míster Dick mirándome fijamente y cogiendo su pluma- de
la muerte del rey Carlos I?
Dije que creía que era en 1649.
-Pues bien --dijo míster Dick rascándose la oreja con la pluma y mirándome con
expresión de duda-; eso es lo que dicen los libros; pero yo no comprendo cómo puede ser.
Si hace tanto tiempo, ¿cómo las gentes que le rodea ban han podido tener la torpeza de
meter en mi cabeza un poco de la confusión que había en la suya cuando se la cortaron?
Yo me quedé muy sorprendido de la pregunta; pero no pude darle ningún dato sobre el
asunto.
-Es muy extraño -dijo míster Dick lanzando una mirada de desaliento a sus papeles y
volviendo a pasarse las manos por los cabellos-, pero no consigo desembrollar la
cuestión. No lo veo claro. Pero poco importa, poco importa -dijo alegremente y más
animado-; tenemos tiempo. Saluda a tu tía, y que estoy en muy buen camino.
Me iba, cuando llamó mi atención hacia la cometa.
-¿Qué te parece esa cometa?
Respondí que me parecía muy bonita, y que debía de tener lo menos siete pies de alta.
-La he hecho yo. La lanzaremos uno de estos días tú y yo --dijo míster Dick-. ¿Ves?
Y me enseñaba que estaba hecha de un papel cubierto de una escritura fina y apretada,
pero tan clara, que al dirigir mis miradas sobre sus líneas me pareció ver dos o tres veces
alusiones a la cabeza del rey Carlos I.
-Hay mucho hilo bramante -dijo míster Dick-, y cuando sube muy alta lleva, como es
natural, lo escrito muy lejos. Es una manera de propa garlo, no sé dónde puede ir a parar;
depende de las circunstancias del viento y demás, y yo lo aprovecho.
Tenía un aspecto tan bueno, tan dulce y tan respetable, a pesar de su apariencia de
fuerza y de viveza, que no estaba yo muy seguro de que no fuera una broma para
divertirme, y me eché a reír. Él hizo otro tanto, y nos separamos como los mejores
amigos del mundo.
-Y bien, muchacho - me dijo mi tía cuando baje-. ¿Cómo está míster Dick?
Le respondí que la saludaba, y que la Memoria estaba en muy buen camino.
-¿Y qué piensas de míster Dick? -me preguntó mi tía.