Charles Dickens | Page 114

En aquella tienda, que era pequeña y baja y estaba casi a oscuras, pues sólo la iluminaba una ventanita pequeña, casi tapada por los trapos colgados por delante, y donde había que entrar bajando algunos escalones, penetré con el corazón palpitante. Mi temor aumentó cuando un horrible viejo de barba gris salió precipitadamente de su antro y me cogió de los cabellos. Era un viejo horrible, que olía mucho a ron y llevaba un chaleco de franela muy sucio. Su lecho, cubierto con un trozo de tela desgarrada, estaba colocado en el agujero que acababa de abandonar y que iluminaba otra ventanita, por la que también se veía un campo de ortigas donde pastaba un burro cojo.- ¿ Qué quieres?-gritó el hombre en un tono feroz y monótono-. ¡ Ay mis ojos! ¡ Ay! ¿ Qué quieres? ¡ Ay mis piernas! ¿ Qué quieres? ¡ Ay, goruu goruu! Me asustaron de tal modo sus palabras, y sobre todo la última exclamación, que parecía una especie de mugido desconocido, que no pude contestar nada. El viejo, que todavía no había soltado mis cabellos, repuso:- ¡ Ay! ¿ Qué quieres? ¡ Ay mis ojos! ¡ Ay mis pulmones! ¿ Qué quieres? ¡ Ay, goruu goruu! Y lanzó aquel último grito con tal energía, que parecía que se le iban a saltar los ojos.-Desearía saber-dije temblando- si querría usted comprarme una chaqueta.- ¡ Veamos la chaqueta!-gritó el viejo- ¡ Ay, tengo fuego en el corazón! ¡ Veamos la chaqueta! ¡ Ay mis ojos y mis pulmones! ¡ Veamos la chaqueta! Por fin soltó mis cabellos, y con sus manos temblorosas, que parecían las garras de un pájaro monstruoso, colocó en su nariz unos lentes que no favorecían mucho a sus inflamados ojos. ¿ Cuánto pides por esta chaqueta?-gritó después de examinarla-. ¡ Ay, goruu goruu! ¿ Cuánto pides por ella?-Media corona-respondí, tranquilizándome un poco.- ¡ Ay mis pulmones y mi estómago! No-gritó el viejo-. ¡ Ay mis ojos! ¡ No, no, no! ¡ Dos chelines, goruu, goruu! Cada vez que lanzaba aquella exclamación parecía que se le iban a saltar los ojos, y pronunciaba todas las palabras con el mismo sonsonete y como el viento, que a veces es suave, a veces escala montañas o a veces vuelve a hacerse suave. No hay otra comparación.-Pues bien-dije, encantado de haber terminado la venta-, acepto los dos chelines.- ¡ Ay mi estómago!-gritó el viejo arrojando la cha queta a un estante- ¡ Vete! ¡ Ay mis pulmones! ¡ Sal de la tienda! ¡ Ay mis ojos, goruu, goruu! No me pidas dinero. Mejor será que hagamos un cambio. En mi vida he pasado tanto miedo; pero le dije humildemente que necesitaba el dinero, y que cualquier otra cosa me resultaba inútil. únicamente dije que esperaría fuera si así lo deseaba, y que no tenía ninguna prisa. Salí de la tienda y me senté a la sombra, en un rincón. El tiempo pasaba, el sol llegó hasta mí, luego se retiró, y yo seguía esperando mi dinero. Por el honor de la luz del sol quiero suponer que nunca ha habido otro loco ni borracho semejante en el negocio de la compraventa. Aquel viejo era muy conocido en los alrededores y tenía fama de haber vendido su alma al diablo. Lo supe pronto por las visitas que recibía de todos los chiquillos de la vecindad, que hacían a cada instante irrupción en su tienda, gritándole en nombre de Satanás que les diera su dinero. « No eres pobre, por mucho que digas, demasiado lo sabes, Charley. Enséñanos tu oro; enséñanos el oro que el diablo te ha dado a cambio de tu alma. Anda, ve a buscarlo al jergón, Charley, no tienes más que descoserle y dárnoslo.»