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EL HECHO.
Las consecuencias de la repentina pandemia del Coronavirus 19,
es decir las medidas adoptadas para enfrentarla, han colocado
al mundo en una situación nunca antes vista en la historia: se
interrumpió el poderoso flujo de progreso. Reduce en gran medida
el continuo crecimiento de la producción y de todo lo que la misma
requiere e implica: intercambios comerciales, movimientos de hombres
y mercancías, funcionamiento de equipos, maquinarias y todo tipo de
eventos públicos y privados.
Si las medidas adoptadas están justificadas o no, esa no es la cuestión
principal, porque nada supera la importancia del hecho consumado: se
rompió el encanto de la modernidad occidental que hasta el momento
había conquistado al planeta, sin detenerse?
En este sentido la pandemia es exactamente lo contrario de la
guerra, pues generalmente la guerra lleva incluso a una aceleración de
la economía y a enormes ganancias en los sectores que contribuyeron
a su estallido o que han sabido sacarle provecho.
Por consiguiente el “hecho” no es la epidemia sino el impacto que
tienen las medidas adoptadas para enfrentarla sobre el modelo de
desarrollo global.
LA INTERPRETACIÓN.
La pandemia significa muchas cosas, y sobre todo la muerte de centenares de
miles de personas en poquísimo tiempo. Ahora bien, debemos preguntarnos
qué significa el “hecho” al que hacíamos alusión, es decir que la carrera del
progreso (prácticamente) se ha interrumpido. Se trata del derrumbe de la
última certeza que tenía intacta la humanidad. ¿Y ahora qué?
Para buscar indicios hacia una posible respuesta, veamos qué sucede en
la vida de una persona cuando deja de ser cierto algo en lo que creía hasta
ese momento. Los términos con los que se hace referencia a este evento
generalmente son la pérdida de una ilusión, es decir desilusión y
decepción o, más frecuentemente, una mezcla inconclusa de ambas cosas.
Normalmente las personas en la vida deben enfrentar la pérdida
de la ilusión cuando ocurre la muerte (física o ideal) de uno de los
padres. Generalmente las consecuencias son una mezcla de dolor por
la pérdida irremediable de una condición de inocencia y el valor que
se deriva de la madurez adquirida de hecho. La experiencia de la
pérdida implica pasar por el dolor, el abatimiento, el desconcierto, la
angustia, el luto, para pasar a una especie de renacer, no feliz ni
sereno, pero necesario para continuar la vida: incluso la felicidad y
la serenidad, aunque parezca difícil de creer en un primer momento,
volverán a aparecer en nuestra vida.
Por tanto podemos afirmar que por primera vez en la historia se
ha detenido la enorme maquinaria del progreso ¿la humanidad está
consternada ante lo desconocido y al mismo tiempo al borde de asumir
una inevitable responsabilidad? Esta es la interpretación. Fruto de
una mezcla de análisis deductivo y de inferencia proyectiva, es
decir una combinación de presagio y deseo.
Algunos podrían decir que la comparación con la pérdida de uno
de los padres no es apropiada porque mientras que la muerte es
irremediable, la maquinaria de progreso, en estos momentos detenida
temporalmente, tarde o temprano echará a andar de nuevo a plena
capacidad y por tanto todo volverá a ser como antes. Nadie puede
negar que esta previsión sea posible e incluso probable. Sin embargo,
no debemos subestimar el impacto que tienen los acontecimientos que
estamos viviendo sobre el inconsciente colectivo. Sobre todo hay que
recordar que las medidas adoptadas para contrarrestar la difusión
del contagio han dado lugar a consecuencias e incluso circunstancias
que en gran medida y siempre con más convicción se han presagiado
e invocado en los últimos años.
Recomendaciones que conciernen sobre todo al modelo de desarrollo
e incluso a la propia idea del desarrollo; me refiero a consecuencias
más visibles como el tráfico aéreo o las relaciones personales
como por ejemplo disponer de más tiempo para compartir con
familiares y compañeros de vida. Esta convergencia incide en los
efectos (probablemente secundarios o imprevistos) de las medidas
de contención del contagio y las peticiones hechas por una parte de
la humanidad a la opinión pública y a los decisores. Por tanto la
respuesta a la pandemia ha implicado la adopción temporal de
comportamientos considerados antes como irreconciliables con el
modo de vivir anterior, algunos de ellos detestables (en algunos casos
para todos), otros anhelados durante años por algunos. Sencillamente:
lo que antes no era posible ahora no sólo se puede hacer sino que
es una realidad.