LA BRUMA
puede contener la emoción al escuchar las voces populares entonar la primera salve marinera. Torna el sepia hacia el blanco y negro. Escenas vívidas muestran cómo el arenal de varada se convierte en muelle de abrigo. Cómo el auge pesquero hace que el puerto se convierta en referencia entre el resto de puertos asturianos. Sucumbe a la agitación y el bullicio generados con el atraque de las embarcaciones y la espera en la descarga. Sirenas de barcos, de rula, de fábricas. Tripulaciones ansiosas de pisar tierra, carromatos de transporte, carpinteros de ribera, barrileros, calafates, rederas... y la pesca, nexo común y botín mitigador de las carencias enraizadas en la precariedad de los hogares más humildes. de abrigo. Cómo el auge pesquero hace que el puerto se convierta en referencia entre el resto de puertos asturianos. Sucumbe a la agitación y el bullicio generados con el atraque de las embarcaciones y la espera en la descarga. Sirenas de barcos, de rula, de fábricas. Tripulaciones ansiosas de pisar tierra, carromatos de transporte, carpinteros de ribera, barrileros, calafates, rederas... y la pesca, nexo común y botín mitigador de de los hogares más humildes. Oye el trajín de las bodegas y vislumbra las manos expertas de aquellas conserveras en sus quehaceres de salazón y enlatado. Se enfrasca en las melodías de sus voces durante los tiempos de labor, y también en los susurros del alba acompañando a las mujeres de la paxa en su deambular por los caminos. Entre tanto el muelle originario crece con un espigón que remata en la Almena. No tardarán las gabarras Cretefarm y Creteforge en conformar una nueva ampliación de refuerzo. Y casi de seguido la guerra civil, cruel y asesina, despliega sus malas artes provocando verdaderos estragos entre la gente buena del pueblo. El blanco y negro se va desvaneciendo entre las primeras connotaciones del color. Llega con ellas la última generación de pescadores. Todavía quedan naufragios que lamentar y vidas arrebatadas que llorar. También coríos de vino que compartir al fragor de una partida, o haciendo de anfitriones de salomas, boleros y habaneras tan bien cantadas por aquellas voces varoniles curtidas por el salitre en el faenar diario. Con sus ausencias paulatinas llega el declive. La estirpe marinera se desvanece entre la solera de la tradición y la leyenda. La metalurgia, incipiente por entonces, motiva el desplante colectivo hacia el ancestral medio de subsistencia. Poquito a poco el ocaso de toda aquella actividad pesquera se vuelve inexorable. El pragmatismo doblega a la épica. El bienestar a la penuria inmemorial. El muelle hace años ya que se ha alargado hasta la Pica. La construcción de un hotel en el solar de una antigua bodega, aquel desatino urbanístico, simboliza el momento en que Candás agoniza como pueblo pesquero y conservero para dar paso a los nuevos tiempos de industria y turismo. Cesa la vorágine de secuencias y mira abajo. Se ve a sí mismo inmóvil, apoyadas las manos en el murete protector de La Farola. Cree diferenciar la silueta del cormorán apostado en la parte alta de una roca que por centímetros emerge sobre la mar. No tiene las alas abiertas, como si el ritual ya hubiera tenido lugar, y mira fijamente al frente. Semeja al vigía en la cofa de un barco. Una fuerza repentina lo atrae súbitamente generándole una sensación de vacío y vértigo. Nota la sacudida impetuosa en su cuerpo y torna progresivamente a la realidad. Sacude violento la cabeza y recupera la mirada en la niebla. Apenas distingue nada. Ni casas, ni muelle, ni lanchas … Duda por un momento si se habrá quedado dormido, allí, de pie, en la base de La Farola. Se siente desorientado y mira el reloj. Apenas son minutos los transcurridos y le ha parecido una eternidad. La percepción de un viaje en el tiempo y la participación en sucesos anteriores a su existencia lo domina. Estás flipando-se dice-. Dirige una última mirada hacia la espesura blanquecina. Sólo el contorno, casi espectral, de la Peña Furada se hace perceptible entre la densa bruma. Consciencia marina, las palabras se perfilan en su cabeza. Duda confuso por un momento pero asiente. No ha sido un amanecer majestuoso. Ni tan siquiera la mañana estimula a la dicha. Sin embargo se siente bien, perplejo, pero reconfortado. Como si hubiera saldado una antigua deuda con sus ancestros. Como si aquella proyección astral le hubiera recuperado el apego y la empatía hacia su pueblo solapados en la inercia del día a día. La bruma matinal comienza a difuminarse mientras él encamina sus pasos rumbo a Perán. ¡ Consciencia marina!, pronuncia en voz alta sin saber realmente porqué. ¿ O quizá sí?
Por JOSÉ CARLOS ÁLVAREZ
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