CANDÁS MARINERO REVISTA NUMERO 46 CANDÁS MARINERO | Page 22

LA BRUMA olor a salitre. Hundió en ella su mirada y una especie de mareo lo apoderó. Tuvo la sensación repentina de flotar, como si su cuerpo y su mente llevaran a cabo una desco- nexión. Creyó volverse clarividente e intuyó que aquellas partículas de agua y sal en suspensión no eran niebla tal, sino la consciencia marina volatilizada que copaba el pueblo, se filtraba entre sus calles, impregnándolas de recuerdos añejos y tiempos marineros. Como si quisiera mantener latente el ancestral vínculo entre Candás y la Mar y que éste no cayera en desuso ahora que la activi- dad pesquera se había visto relegada a un plano secunda- rio. Se notó elevado por encima de La Farola, diluido entre la esencia de aquella neblina, y le pareció que miraba con ojos de otros. Ojos antiguos. Ancestrales. Que recorrían en su mirar la historia colectiva de un pueblo. La bruma ya no estaba, había desaparecido a la par que las imáge- nes comenzaron a brotar raudas, como si de una película a través del tiempo se tratasen. Al inicio son sepias los tonos que percibe. Muestran el Candás primigenio, casas modestas de pescadores cercanas a la desembocadura del rio Rita o incrustadas en la ladera del monte Fuxa. Son el embrión de los barrios de La Cuesta y Santolaya . Miró la hora por internet. La de las primeras luces. Lo hizo el día anterior. Quería disfrutar del embrujo que suscitaba una de esas salidas de sol que solían darse con albas nítidos. Esperaba, ade- más, que pequeños grupos de nubes se sumaran. Cirros livianos desparramados sobre el contorno del Sueve, capaces de reflejar, con su trasluz en la mar, irisaciones sugestivas que le permitieran pre- senciar un amanecer placentero, majestuoso. No era febrero el mes adecuado, pero sabía por expe- riencia que en los últimos tiempos las sorpresas se sucedían a lo largo de todas las estaciones. El cambio climático, vaticinó. Apenas subió la per- siana se percató de que no iba a ser así. Se había pasado de hora entre el confort de las sábanas, y además la bruma marina acaparaba la madruga- da. Por un momento dudó si rendirse a la seduc- ción del lecho y a punto estuvo de acurrucarse de nuevo en él. Fue sólo un instante. Desayunó con presteza, decidido a llevar a cabo el paseo a pesar de los pesares. Llevaba el móvil en la mano, dispuesta la cámara a inmortalizar aquel cormorán que en las medias mareas solía ponerse, con las alas abiertas, en una de las rocas entre la Peña Furada y La Faro- la. Había escuchado que lo hacía para secar sus plumas, pues no eran tan impermeables como las de otras aves marinas y eso le permitía sumergirse a mayor profundidad. Él quería creer, más bien, que era algo así como un flirteo, un ceremonial Advierte, sorprendido, el regreso desde las aguas de Ir- condescendiente de los de su especie con la mar, landa del barco en cuya cubierta reposa la imagen de un su hábitat de vida. cristo rescatado en la mar. El cristo de Candás. El cristo de Rodillero. Aprecia la rudeza y valentía de los pescado- res en la caza de la ballena. Se hace real ante sus ojos el requerimiento eclesiástico, en alta mar, hacia los calde- rones para que dejen de romper las redes y se alejen de la costa. Se siente partícipe del penar y el luto provocado por los naufragios. Cuánto dolor -entre otros- aquel enero de 1840. Admira cohibido la entereza mostrada por las familias ante la reincidente fatalidad padecida y la inasu- La bruma se había condensado convirtiéndose en mible pérdida de maridos, padres e hijos. niebla espesa y apenas se distinguía el contorno Hace propio el recurso a lo sobrenatural, o divino, cuan- de las casas, ni del muelle, ni las siluetas de lan- do la vida está en juego sobrepasados ya los esfuerzos chas y pantalanes. Imposible localizarlo. Habría titánicos en la lucha contra la galerna, y avala aquel desistido de su ritual aplazándolo para mejor acogerse a sagrado y las peticiones de protección hacia ocasión -pensó-. No obstante, decidió cruzar la los suyos, desesperadas en la angustia de la espera, de las pasarela y acercarse hasta La Farola por si acaso. mujeres en la Pregona. Comprende, entonces, el fervor Rezumaba humedad la niebla y un penetrante religioso en torno al Cristo y la virgen del Rosario. No 22