CANDÁS MARINERO REVISTA NUMERO 44 CANDÁS MARINERO | Page 24

Solía subir hasta el cementerio y observar desde allí el pueblo. Lo hacía por las tardes a lo largo del otoño. En días nítidos descendía después por las pra- derías de Piñeres hasta más allá de la cala del Xequi- ro. Le gustaba contemplar el faro desde aquella posi- ción, orlado en su dorso por el otro, el de Torres. Al tabique del muselón había aprendido a desdeñarlo, a hacerle caso omiso, erradicándolo en su composición imaginativa. Las primeras nieves cubrían ya inmacula- das las cumbres del Sueve y los Picos, vaticinando la cercanía del invierno y la navidad. La calidez de luz del atardecer, ese tono dorado previo a la puesta de sol, le insuflaba un aire mágico a la panorámica en esos días. Luego, tras el regocijo visual, volvía atrás sobre sus pasos, coronaba la loma y bajaba bordeando la playa de Rebolleres encaminándose a través de la Ería hasta la punta del Cuirno. Un banco solitario, descon- chado por el salitre y el nordeste, era su punto de destino, su vínculo de conciencia, antes de regresar a casa. Sentado en él se dejaba ir, discernía quimeras y dilucidaba debates reflexivos abstrayéndose con el chapaleo del agua abajo en las rocas. Perdía la mirada en el horizonte, sobre la estela dejada atrás por algún mercante, y empezaba entonces a cavilar. tar. El rasgar por dentro. Él, que por circunstancias desdichadas y sin apenas ser consciente se procuró años ha el antídoto contra el desconsuelo, se daba cuenta cómo en los últimos tiempos todo el cascarón de insensibilidad, aquella trinchera anímica instaurada contra el dolor, se estaba descomponiendo. Le tocó sufrir, desde chiquitín, la injusticia de la vida y sin sa- berlo realmente fue gestando un muro reflejo de in- munidad contra ella, contra la injusticia. Formaba par- te de su coraza la desvinculación emotiva. El subcons- ciente le había hecho cotidiano el frivolizar sentimien- to