CANDÁS EN LA MEMORIA -Febrero 2019 REVISTA CANDÁS EN LA MEMORIA -febrero | Page 11
LA CANDASINA EMIGRANTE ESPOSA DE
UNO DE LOS PINTORES MAS FAMOSOS
DE CUBA
“Pero, Ponce”, decía Hortensia, “¿qué haces yendo
continuamente a la cocina? Llama a María, ella te
traerá lo que quieras”.
“Horti”, respondía Ponce, “no comprendes. Se me
ha perdido un diamante en bruto, sin facetar y sin
pulir. Creo que lo extravié allá en la cocina”.
Así, aquella otrora muchacha, que dejó atrás su
aldea en Asturias, conoció al amigo, al amor, al
padre de su único hijo y al último hombre que la
acompañó en su vida. Fidelio moriría en 1949, y
ella se vestiría de negro hasta el día de su muerte,
en 1961, dos años después que Fidel Castro entr-
ara en La Habana.
Las tiranías tienen sus terrores y éstos, si aquél-
las son comunistas, son más abundantes. Fidelio
Ponce de León fue uno de ellos, volviéndose casi
tabú para los conocedores del arte cubano, has-
ta el punto de desaparecerlo en un libro sobre la
plástica cubana editado en los años 80. ¿Por qué?
Fidelio era un místico. Sus cuadros hablaban del
alma más que de los sentidos. Sus figuras fantas-
magóricas parecían más espíritus que seres de
carne y hueso. Pero su obra está en colecciones
como la Rockefeller, la Hichcok, Churchill,
MOMA, Museo Panamericano de Washington, y
no pudo obviarlo tampoco el Museo Nacional de
Cuba.
Las tiranías rehacen la historia. No es cierto que
Fidelio Ponce de León muriera de hambre, pues
cuando conoce a María del Carmen y su hijo
nace, su pintura le permitía vivir en una casa con
jardines y patio y una amiga de ambos les ayuda-
ba en las labores domésticas y el cuidado del niño.
Ponce de León estaba tuberculoso y aún los anti-
bióticos eran desconocidos en Cuba.
La pintura de Fidelio Ponce de León tuvo grandes
amantes, que fueron además grandes amigos del
pintor, y después de su muerte fieles protectores
de su viuda, la asturiana, la de ese pueblito mar-
inero cercano a Gijón llamado Candás, y de su
su hijo. A la muerte del pintor, personas rel-
evantes de la cultura cubana, como Gastón
Baquero, quisieron que María del Carmen y su
hijo vivieran con una atención digna. Aquél inc-
luso le pagó al niño la educación en las Escuelas
Pías de La Habana desde el cuarto grado hasta el
primer año de bachillerato.
La esposa del pintor tiene en sus noches a su
hijo, un humilde y limpio hogar donde vivir y
una colección de cuadros de Fidelio Ponce de
León que hoy valen una fortuna. Ella monologa
con su hijo, hablándole de la pequeña playa a
la que bajaba a pescar percebes allá en Candás
cuando la marea retrocedía, y trata de explicarle
cómo son estos mariscos y lo delicado que es su
sabor. Algunas noches compra manzanas o peras
de California para variar, mientras lo santo del
silencio entre ambos embellece sus noches. Son
los últimos momentos de la dictadura de Batista.
En 1959 el pueblo cubano estalla en fervoroso
apoyo a todo el cambio que se produce, mientras
gentes de otros pueblos más antiguos descifran
los símbolos, y huyen silenciosamente de la isla
que fungía como su segunda patria. Así perdi-
mos el más grande y rico barrio chino de Améri-
ca Latina y la importante colonia de comerci-
antes judíos de varios países centroeuropeos.
Aunque a María del Carmen y a su hijo le sus-
penden la pensión, ella cree en ese sueño que
se convertiría en pesadilla en el futuro. En su
ingenuidad, cree que mejorarán las condiciones
para los humildes, cree que la sociedad, ésa que
su esposo siempre nombró “suciedad” sería más
justa.
Mientras la revolución en sus primeros años se
empeñaba en destruir sus estructuras económi-
cas y sociales, las autoridades culturales revolu-
cionarias no tenían tiempo para atender a esa
humilde mujer española y a su hijo. Los bur-
gueses huían en oleadas dejando todo detrás.
11