canciones de hielo y fuego Cancion de hielo y fuego 1 | Page 38
literatura fantástica
Juego de tronos
—No —dijo, temerosa de repente. ¿Acaso era aquél su castigo? ¿No volver a ver su rostro, no
volver a estar entre sus brazos?
—Sí —replicó Ned con un tono que no admitía disputa—. Tendrás que gobernar el norte en
mi lugar mientras yo le hago los recados a Robert. Siempre tiene que haber un Stark en Invernalia.
Robb ha cumplido ya catorce años, pronto será un hombre adulto. Tiene que aprender a gobernar, y yo
no estaré aquí para enseñarle. Que tome parte en los consejos cuando los celebres. Debe estar
preparado cuando llegue su momento.
—Quieran los dioses que sea dentro de muchos años —murmuró el maestre Luwin.
—Confío en ti como si fueras de mi propia sangre, maestre Luwin. Quiero que aconsejes a mi
esposa en todo, en lo importante y en lo trivial. Enseña a mi hijo lo que necesita saber. Se acerca el
invierno.
El maestre Luwin asintió con gesto grave. Se hizo el silencio, hasta que Catelyn reunió valor
suficiente para plantear la pregunta cuya respuesta más temía.
—¿Y los demás niños?
Ned se levantó, la abrazó y le alzó la barbilla para mirarla a los ojos. Rickon es muy pequeño
—dijo con voz dulce—. Se quedará con Robb y contigo. Los demás vendrán conmigo. No lo soportaré
—dijo Catelyn temblorosa. Tendrás que soportarlo. Sansa tiene que casarse con Joffrey, ahora está
claro, no podemos darles el menor motivo para que duden de nuestra devoción. Y ya va siendo hora de
que Arya aprenda las costumbres de una corte sureña. Dentro de pocos años ella también estará en
edad de casarse.
Sansa brillaría con luz propia en la corte, se dijo Catelyn para sus adentros, y bien sabían los
dioses que a Arya le hacía falta refinarse un poco. De mala gana, las dejó partir en su corazón. Pero a
Bran, no. A Bran, imposible.
—Sí —dijo—. Pero por favor, Ned, por el amor que me profesas, deja que Bran se quede aquí,
en Invernalia. No tiene más que siete años.
—Yo tenía ocho cuando mi padre me envió como pupilo al Nido de Águilas —respondió
Ned—. Ser Rodrik me ha contado que Robb y el príncipe Joffrey no simpatizan. Eso no es bueno.
Bran puede tender un puente entre ellos. Es un niño dulce, con la risa fácil, se hace querer. Que crezca
con los pequeños príncipes, que se haga amigo de ellos igual que Robert y yo nos hicimos amigos. Así
nuestra Casa estará a salvo.
Tenía razón. Catelyn lo sabía. Pero eso no lo hacía menos doloroso. Los iba a perder a los
cuatro, a Ned, a las dos niñas y a su querido Bran. Sólo le quedarían Robb y el pequeño Rickon. Ya
sentía el peso de la soledad. Invernalia era un lugar tan, tan vasto...
—Pero que no se acerque a los muros —dijo con valor—. Ya sabes cuánto le gusta trepar a
Bran.
—Gracias, mi señora —susurró Ned, secándole a besos las lágrimas de los ojos antes de que
se derramaran—. Es muy duro, lo sé.
—¿Qué pasa con Jon Nieve, mi señor? —preguntó el maestre Luwin.
Catelyn se puso tensa al oír aquel nombre. Ned percibió su rabia y se apartó de ella.
Muchos hombres tenían bastardos. Catelyn lo había sabido toda su vida. No le sorprendió
descubrir que, en el primer año de su matrimonio, Ned había tenido un hijo con alguna chica a la que
conoció estando en campaña. Al fin y al cabo tenía necesidades de hombre, y aquel año lo habían
pasado separados, Ned guerreaba en el sur mientras ella permanecía a salvo en el castillo de su familia
en Aguasdulces. Pensaba más en Robb, el bebé que mamaba de su pecho, que en aquel marido al que
apenas conocía. Si entre batalla y batalla encontraba alguna diversión, mejor que mejor. Y si su
semilla daba fruto, debía ocuparse del niño, era lo que se esperaba de él.
Pero hizo más que eso. Los Stark no se parecían a los demás hombres. Ned se llevó al
bastardo a casa con él, y lo llamó «hijo» ante todo el norte. Cuando las guerras terminaron por fin y
Catelyn se trasladó a Invernalia, Jon y su ama de cría ya estaban instalados allí.
Aquello le dolió. Ned no hablaba de la madre del niño, no decía ni una palabra de ella, pero en
el castillo no había secretos y Catelyn oía a las doncellas contar las historias que a ellas les habían
relatado los soldados de su esposo. Hablaban en susurros de Ser Arthur Dayne, la Espada del
Amanecer, el más mortífero de los siete caballeros de la Guardia Real de Aerys, y de cómo el joven
señor de Invernalia lo había matado en combate singular. Y contaban cómo luego Ned llevó la espada
de Ser Arthur a la hermosa y joven hermana de éste, que lo aguardaba en un castillo llamado
Campoestrella, a orillas del mar del Verano. Lady Ashara Dayne, alta, rubia, con ojos hechiceros color
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