canciones de hielo y fuego Cancion de hielo y fuego 1 | Page 22

literatura fantástica Juego de tronos —Esta noche habrá muchos hombres importantes en el banquete. —Las palabras del magíster Illyrio eran pura miel—. Son personas que tienen enemigos. El khal está obligado a proteger a sus invitados, sobre todo a vos, Alteza. No cabe duda de que el Usurpador pagaría mucho por vuestra cabeza. —Sí, claro —asintió Viserys, sombrío—. Ya lo ha intentado más de una vez, Illyrio. Sus asesinos a sueldo nos siguen adondequiera que vayamos. Soy el último dragón, y no podrá dormir tranquilo mientras yo viva. El palanquín aminoró la marcha y se detuvo. Alguien apartó los cortinajes, y un esclavo le tendió la mano a Daenerys para ayudarla a salir. Dany se fijo en que el collar que llevaba era de bronce comente. Su hermano la siguió, todavía con la mano sobre la empuñadura de la espada, aferrándola con fuerza. Hizo falta la ayuda de dos hombres fuertes para poner de nuevo en pie al magíster Illyrio. En el interior de la casa, el olor a especias, a limón dulce y a canela, creaba una atmósfera casi palpable. Los acompañaron hasta un salón recibidor en el que había una vidriera de cristal coloreado que representaba la Condenación de Valyria. A lo largo de las paredes se quemaba aceite en lámparas de hierro negro. Un eunuco situado bajo un arco de piedra con motivos vegetales anunció su llegada. —Viserys de la Casa Targaryen, el tercero de su nombre —proclamó con voz alta y clara—, rey de los ándalos y los rhoynar y los primeros hombres, señor de los Siete Reinos y Protector del Reino. Su hermana, Daenerys de la Tormenta, princesa de Rocadragón. Su honorable anfitrión, Illyrio Mopatis, magíster de la Ciudad Libre de Pentos. Pasaron junto al eunuco para acceder a un patio de muros cubiertos de hiedra clara. La luz de la luna teñía las hojas con tonalidades hueso y plata mientras los invitados paseaban ante ellas. Muchos eran señores dothrakis de los caballos, hombres corpulentos de piel rojiza, con largos bigotes adornados con anillos de metal y las cabelleras negras bien aceitadas, trenzadas y llenas de campanillas. Pero entre ellos había también matones y mercenarios de Pentos, Myr y Tyrosh; un sacerdote rojo aún más gordo que Illyrio; hombres velludos del Puerto de Ibben; y señores de las Islas del Verano, de piel oscura como el ébano. Daenerys los miró, maravillada... y, de pronto, con un escalofrío de temor, se dio cuenta de que era la única mujer entre los presentes. —Aquellos tres de allí son jinetes de sangre de Drogo —les susurró Illyrio, inclinándose hacia ellos—. El que está junto a la columna es Khal Moro, con su hijo Rhogoro. El hombre de la barba verde es el hermano del arconte de Tyrosh, y el que está detrás de él es Ser Jorah Mormont. —¿Un caballero? —preguntó Daenerys. El último nombre le había llamado la atención. —Ni más ni menos. —Illyrio sonrió tras la barba—. Ungido con los siete óleos por el mismísimo Septon Supremo. —¿Qué hace aquí? —El Usurpador quería ajusticiarlo —les dijo Illyrio—. Alguna disputa sin importancia. Creo que vendió unos cazadores furtivos a un esclavista tyroshi en vez de entregarlos a la Guardia de la Noche. Una ley absurda. Cada uno tendría que ser libre para hacer lo que quisiera en sus tierras. — Quiero hablar con Ser Jorah antes de que acabe la velada —dijo su hermano. Dany se sorprendió a sí misma mirando al caballero con curiosidad. Era un hombre de cierta edad, más de cuarenta años, y tenía una calvicie incipiente, pero parecía fuerte y en forma. Sus ropas no eran de seda y algodón, sino de lana y cuero. Llevaba una túnica color verde oscuro, con el bordado de un oso negro sobre las dos patas traseras. Aún estaba mirando a aquel hombre extraño de su tierra natal al que no había visto nunca cuando el magíster Illyrio le puso una mano húmeda en el hombro desnudo. —Venid, mi querida princesa —susurró—. Ahí está el khal en persona. Dany sintió deseos de huir y esconderse, pero su hermano la estaba mirando. Sabía que, si lo disgustaba, despertaría al dragón. Se dio la vuelta con el corazón en un puño, y miró al hombre que, si Viserys se salía con la suya, la pediría en matrimonio antes de que acabara la noche. «La joven esclava no andaba desencaminada», pensó. Khal Drogo era un palmo más alto que el hombre de mayor estatura de la sala, pero su andar era ligero, tan elegante como el de la pantera del zoológico privado de Illyrio. También era más joven de lo que Dany pensaba, no tendría más de treinta años. Tenía la piel del color del cobre bruñido, y lucía muchos anillos de oro y bronce en el espeso bigote. —Tengo que ir a presentar mis respetos —digo el magíster—. Esperad aquí, le diré que venga. —¿Le has visto la trenza, hermanita? —le preguntó Viserys mientras Illyrio se alejaba, agarrándola del brazo con tanta fuerza que le hizo daño. 22