canciones de hielo y fuego Cancion de hielo y fuego 1 | Page 20
literatura fantástica
Juego de tronos
pero la jovencita lo compensaba con creces. Aquella chica de ojos azules y pelo rubio que no
paraba de parlotear mientras trabajaba era, a sus dieciséis años, la favorita de Illyrio.
Le llenaron la bañera con agua caliente que habían subido de la cocina, y la perfumaron
con aceites aromáticos. La jovencita ayudó a Dany a quitarse la túnica de algodón basto por
encima de la cabeza y a meterse en la bañera. El agua estaba demasiado caliente, pero Daenerys
no hizo ni un gesto, no dijo nada. Le gustaba el calor. La hacía sentir limpia. Además, su hermano
le decía a menudo que nada era demasiado caliente para un Targaryen.
«Nuestra casa es la casa del dragón. Llevamos el fuego en la sangre», ésas eran sus
palabras.
La anciana le lavó la larga cabellera, tan rubia que era casi plateada, y se la desenredó
suavemente, siempre en el más completo silencio. La chica le frotaba la espalda y los pies, y le
comentaba la suerte que tenía.
—Drogo es tan rico que hasta sus esclavos llevan collares de oro. En su khalasar cabalgan
cien mil hombres, su palacio de Vaes Dothrak tiene doscientas habitaciones, todas con puertas de
plata maciza.
Y siguió sin cesar, largo rato, acerca de lo guapo que era el khal, alto y valiente, audaz en
la batalla, el mejor jinete que jamás había montado a lomos de un caballo, un arquero perfecto...
Daenerys no dijo nada. Siempre había dado por supuesto que, cuando llegara a la mayoría de
edad, se casaría con Viserys. Los Targaryen se habían casado entre hermanos durante siglos,
desde que Aegon el Conquistador había desposado a sus hermanas. Viserys le había dicho mil
veces que tenían que mantener pura la estirpe; por sus venas corría sangre de reyes, la sangre
dorada de la vieja Valyria, la sangre del dragón. Los dragones no se apareaban con las bestias del
campo, y los Targaryen no mezclaban su sangre con la de hombres inferiores. Pero ahora Viserys
la vendía a un extraño, a un bárbaro.
Cuando estuvo aseada, las esclavas la ayudaron a salir del agua y la secaron con toallas.
La chica le cepilló la cabellera hasta que quedó brillante como plata fundida, mientras la anciana
la ungía con el perfume florespecia de las llanuras dothraki: una gota en cada muñeca, detrás de
las orejas, en los pezones y la última, todo frescor, entre las piernas. La vistieron con las prendas
etéreas que le había enviado el magíster Illyrio y le pusieron el vestido largo, de oscura seda color
ciruela para que le resaltara el violeta de los ojos. La joven le calzó las sandalias doradas mientras
la anciana le colocaba la diadema en el pelo y le deslizaba brazaletes de oro con incrustaciones de
amatistas en las muñecas. Por último le pusieron el collar, un grueso torques dorado con grabados
de antiguos jeroglíficos valyrianos.
—Ahora pareces toda una princesa —le dijo la chica asombrada cuando terminaron.
Dany contempló su imagen en el espejo azogado que Illyrio, siempre atento, le había
proporcionado.
«Una princesa», pensó. Pero recordó lo que le había dicho la joven, que Khal Drogo era
tan rico que hasta sus esclavos llevaban collares de oro. Sintió un escalofrío repentino y se le erizó
el vello de los brazos desnudos.
Su hermano la esperaba en el fresco salón recibidor. Estaba sentado al borde de la piscina y
removía el agua con los dedos. Al verla llegar, se levantó y la examinó con ojo crítico.
—Quédate ahí —le dijo—. Date la vuelta. Sí. Bien. Tienes un aspecto...
—Regio —intervino el magíster Illyrio, que en aquel momento cruzaba el arco de la entrada.
Se movía con una delicadeza sorprendente para ser un hombre tan corpulento. Bajo las prendas sueltas
de seda de colores llamativos, pliegues de grasa se le movían al caminar. Llevaba anillos en todos los
dedos, y su criado le había aceitado la barba amarilla dividida en dos partes para que brillara como oro
de verdad—. Que el Señor de la Luz os llene de bendiciones en este día venturoso, princesa Daenerys
—añadió al tiempo que le tomaba la mano. Hizo una inclinación galante con la cabeza, y los dientes
amarillentos y podridos se le asomaron durante un momento entre el oro de la barba—. Es una
auténtica visión, Alteza, una auténtica visión —dijo a su hermano—. Drogo se quedará extasiado.
—Está muy flaca —replicó Viserys. Tenía el pelo rubio plata, como ella, y lo llevaba recogido
hacia atrás y sujeto con un prendedor de huesodragón. Le daba un aspecto severo, que le enfatizaba los
rasgos duros y huesudos del rostro. Apoyó la mano en el puño de la espada que le había prestado
Illyrio—. ¿Estás seguro de que a Khal Drogo le gustan las mujeres tan jóvenes?
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