canciones de hielo y fuego Cancion de hielo y fuego 1 | Page 18

literatura fantástica
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Juego de tronos

DAENERYS

Su hermano le mostró el traje largo para que lo examinara.— Mira qué belleza. Tócalo. Venga, acaricia la tela. Dany lo tocó. El tejido era tan suave que parecía deslizarse como agua entre los dedos. Nunca había llevado nada tan delicado. Se asustó y apartó la mano.—¿ De verdad es para mí?— Un regalo del magíster Illyrio— asintió Viserys con una sonrisa. Aquella noche, su hermano estaba de buen humor—. Este color te resaltará el violeta de los ojos. Y también dispondrás de joyas de oro, muchas. Me lo ha prometido Illyrio. Esta velada debes parecer una princesa.
« Una princesa », pensó Dany. Ya se había olvidado de cómo era aquello. Quizá nunca lo había sabido del todo.—¿ Por qué nos ayuda tanto?— preguntó—. ¿ Qué quiere de nosotros? Llevaban casi medio año viviendo en la casa del magíster, comiendo en su mesa y mimados por sus criados. Dany tenía trece años, edad suficiente para saber que regalos como aquéllos rara vez eran desinteresados allí, en la ciudad libre de Pentos.
— Illyrio no es ningún idiota— dijo Viserys. Era un joven flaco, con manos nerviosas y ojos color lila claro, siempre febriles—. El magíster sabe que, cuando esté sentado en mi trono, no olvidaré a mis amigos.
Dany no dijo nada. El magíster Illyrio comerciaba con especias, piedras preciosas, huesodragón y otras mercancías menos delicadas. Según los rumores tenía amigos repartidos por las Nueve Ciudades Libres, y aún más lejos, en Vaes Dothrak y en las legendarias tierras que se extendían más allá del mar de Jade. También se decía que jamás había tenido un amigo al que no hubiera vendido de buena gana por un precio razonable. Dany escuchaba los comentarios en las calles y oía aquellas cosas, pero nunca se le ocurriría discutir con su hermano mientras éste tejía sus redes de sueños. No quería bajo ningún concepto suscitar su ira, lo que Viserys llamaba « despertar al dragón ».
— Illyrio va a enviar a las esclavas para que te bañen— dijo su hermano después de colgar el traje largo junto a la puerta—. Quítate bien la peste a establo. Khal Drogo ya tiene mil caballos, esta noche busca una montura distinta.— La examinó con gesto crítico—. Sigues igual de desgarbada. Enderézate.— Le empujó los hombros hacia atrás con las

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manos—. Que se enteren de que ya tienes formas de mujer.— Rozó ligeramente los pechos incipientes y pellizcó un pezón—. No me falles esta noche. Si me fallas, lo pagarás caro. No querrás despertar al dragón, ¿ verdad?— Le dio un pellizco retorcido y doloroso a través del tejido basto de la túnica—. ¿ Verdad?— insistió.— No— respondió Dany dócilmente.— Muy bien.— Le dedicó una sonrisa y le tocó el pelo casi con afecto—. Cuando se escriba la historia de mi reinado, dirán que comenzó esta noche, hermanita.
En cuanto se marchó, Dany se dirigió hacia la ventana y contempló pensativa las aguas de la bahía. Las torres cuadradas de ladrillo que conformaban el perfil de Pentos eran siluetas negras contra el cielo del ocaso. Dany alcanzaba a oír los cánticos de los sacerdotes rojos, que estaban encendiendo las hogueras nocturnas, y los gritos de los chiquillos harapientos que jugaban al otro lado de los muros de la hacienda. Por un momento deseó con todas sus fuerzas estar allí fuera con ellos, descalza, jadeante y vestida con harapos; sin pasado a sus espaldas, sin futuro, y sobre todo sin la perspectiva de asistir a un banquete en la mansión de Khal Drogo.
En algún lugar hacia el poniente, más allá del mar Angosto, se extendía una tierra de colinas verdes, llanuras en flor y anchos ríos caudalosos, donde torres de piedra oscura se alzaban entre imponentes montañas grisáceas y los caballeros con armadura cabalgaban a la batalla bajo los estandartes de sus señores. Los dothrakis denominaban aquel lugar Raesh Andahli, Tierra de los Ándalos. En las Ciudades Libres se hablaba de los occidentes y de los Reinos del Poniente. Su hermano utilizaba un nombre más sencillo, la llamaba: « nuestra tierra ». Para él, aquellas palabras eran como una plegaria. Si las repetía con frecuencia suficiente, los dioses acabarían por escucharlas. « Nuestra por derecho de sangre, sólo la traición nos la arrebató, pero sigue siendo nuestra, será nuestra eternamente. No se le puede robar a un dragón lo que es suyo. No, no. El dragón recuerda.»
Quizá el dragón recordara, pero Dany no. Nunca había visto aquella tierra que según su hermano les pertenecía, aquel reino más allá del mar Angosto. Los lugares de los que le hablaba, Roca