literatura fantástica
Juego de tronos
copiosas aquella última luna. Robb estaba hundido hasta las rodillas en la nieve; se había echado la capucha hacia atrás y el sol le arrancaba reflejos del pelo. Acunaba algo en el brazo, y los dos chicos hablaban en susurros emocionados.
Los jinetes avanzaron con cautela entre los ventisqueros, siempre buscando los puntos firmes en aquel terreno oculto y desigual. Jory Cassel y Theon Greyjoy fueron los primeros en llegar junto a los chicos. Greyjoy reía y bromeaba mientras cabalgaba. Bran oyó su exclamación ahogada.
—¡ Dioses!— se le escapó a Greyjoy, mientras trataba de controlar a su caballo y al mismo tiempo desenvainar la espada.—¡ Aléjate de eso, Robb!— gritó Jory, que ya la había empuñado, con la montura encabritada.— No te hará daño, Jory— dijo Robb con una sonrisa mientras alzaba la vista del bulto que llevaba en brazos—. Está muerta.
Para entonces Bran ya estaba consumido de curiosidad. Habría espoleado al poni, pero su padre lo obligó a desmontar junto al puente para acercarse a pie. Bran se bajó de un salto y echó a correr. Jon, Jory y Theon Greyjoy ya habían desmontado también.— Por los siete infiernos, ¿ qué es eso?— preguntó Greyjoy.— Un lobo— le dijo Robb.— Un monstruo— replicó Greyjoy—. ¡ Qué tamaño! El corazón de Bran latía a toda velocidad. Avanzó por un ventisquero que le llegaba a la cintura para ir junto a su hermano.
Había una forma muerta, enorme y oscura, semienterrada en la nieve manchada de sangre. El tupido pelaje gris estaba lleno de cristales de hielo, y el hedor de la corrupción lo envolvía como el perfume de una mujer. Bran divisó unos ojos ciegos en los que reptaban los gusanos y una boca grande llena de dientes amarillentos. Pero lo que más lo impresionó fue el tamaño que tenía. Era más grande que su poni, el doble que el mayor sabueso de las perreras de su padre.
— No es ningún monstruo— dijo Jon con calma—. Es una loba huargo. Son mucho más grandes que los otros lobos.— Hace doscientos años que no se ve un lobo huargo al sur del Muro— dijo Theon Greyjoy.— Pues ahora estoy viendo uno— replicó Jon. Bran consiguió apartar los ojos del monstruo. Solamente en aquel momento advirtió el bulto en brazos de Robb. Dejó escapar un grito de emoción y se acercó. El cachorro no era más que una bolita de pelaje gris negruzco, todavía no había abierto los ojos. Hociqueaba a ciegas contra el pecho de Robb, buscando leche entre los pliegues de cuero de sus ropas, sin dejar de gimotear. Bran extendió la mano, titubeante.
— Vamos— le dijo Robb—. Tócalo, no pasa nada. Bran hizo una caricia rápida y nerviosa al cachorro, y se volvió al oír la voz de Jon.— Toma.— Su medio hermano le puso un segundo cachorro en los brazos—. Hay cinco. Bran se sentó en la nieve y apretó al cachorro contra el rostro. Tenía un pelaje suave y cálido que le acariciaba la mejilla.— Lobos huargos en el reino, después de tantos años— murmuró Mullen, el caballerizo mayor—. Esto no me gusta.— Es una señal— dijo Jory.— No es más que un animal muerto, Jory— dijo el padre de los niños con el ceño fruncido. Parecía preocupado. La nieve crujió bajo sus botas cuando caminó en torno al cuerpo—. ¿ Qué la mató?
— Tiene algo en la garganta— señaló Robb, orgulloso de haber dado con la respuesta aun antes de que su padre formulara la pregunta—. Ahí, justo debajo de la mandíbula.
Su padre se arrodilló y palpó bajo la cabeza de la bestia. Dio un tirón, y alzó el objeto para que los demás lo vieran. Era un fragmento de dos palmos de asta de venado, ya sin puntas, empapado en sangre.
Se hizo un silencio repentino en el grupo. Los hombres contemplaron el asta, intranquilos, y ninguno se atrevió a decir nada. Hasta Bran se dio cuenta de que tenían miedo, aunque no comprendía por qué.
— Es increíble que viviera lo suficiente para parir— dijo su padre mientras tiraba a un lado el asta y se limpiaba las manos en la nieve. Su voz rompió el hechizo.
— Quizá no vivió tanto— dijo Jory—. Se dice... A lo mejor ya estaba muerta cuando nacieron los cachorros.
12