literatura fantástica Juego de tronos
— Nacidos de la muerte— intervino otro hombre—. Peor suerte aún.— No importa— dijo Hullen—. Pronto estarán muertos ellos también. Bran dejó escapar un grito de consternación.— Cuanto antes mejor— asintió Theon Greyjoy y desenvainó la espada—. Trae aquí a esa bestia, Bran.—¡ No!— exclamó Bran con ferocidad. El animalito se había apretado contra él como si pudiera oír y comprender—. ¡ Es mío!— Aparta esa espada, Greyjoy— dijo Robb. Por un momento, su voz sonó tan imperiosa como la de su padre, como la del señor que sería algún día—. Nos vamos a quedar con los cachorros.— Es imposible, chico— dijo Harwin, que era hijo de Hullen.— Les haremos un favor matándolos— dijo Hullen. Bran alzó la vista hacia su padre, implorante, pero sólo encontró un ceño fruncido.— Lo que dice Hullen es verdad, hijo. Es mejor una muerte rápida que agonizar de frío y hambre.— La perra de Ser Rodrik parió otra vez la semana pasada— dijo Robb, que se resistía, testarudo—. Fue una camada pequeña, sólo vivieron dos cachorros. Tendrá leche de sobra.— Los matará en cuanto intenten mamar.— Lord Stark— intervino Jon. Resultaba extraño que se dirigiera a su padre de manera tan formal. Bran lo miró, aferrándose a aquella última esperanza—. Hay cinco cachorros— siguió—. Tres machos y dos hembras.—¿ Y qué, Jon?— Tenéis cinco hijos legítimos. Tres chicos y dos chicas. El lobo huargo es el emblema de vuestra Casa. Estos cachorros están destinados a vuestros hijos, mi señor.
Bran vio cómo cambiaba la expresión de su padre, vio las miradas que intercambiaban el resto de los hombres. En aquel momento quiso a Jon con todo su corazón. Pese a sus siete años, comprendió qué había hecho su hermano. Las cuentas cuadraban sólo porque Jon se había excluido. Había incluido a las niñas, incluso a Rickon, que era sólo un bebé, pero no al bastardo que llevaba el apellido Nieve que, según dictaba la costumbre, debían tener en el norte todos los desafortunados que nacían sin apellido propio.
—¿ No quieres un cachorro para ti, Jon?— preguntó con voz amable su padre, que también lo había comprendido.
— El lobo huargo ondea en el estandarte de la Casa Stark— señaló Jon—. Yo no soy un Stark, padre. Su señor padre miró a Jon, pensativo. Robb se apresuró a romper el silencio que reinaba.— Yo alimentaré al mío en persona, padre— prometió—. Empaparé un trapo en leche caliente para que la chupe.—¡ Yo también!— se apresuró Bran.— Resulta fácil de decir, pero veréis que hacerlo no lo es tanto— dijo el padre después de estudiar larga y atentamente a sus hijos—. No permitiré que los criados pierdan el tiempo con esto. Si queréis a esos cachorros, los tendréis que alimentar vosotros. ¿ Entendido?— Bran asintió a toda prisa. El cachorro se le retorcía entre los brazos y le lamía el rostro con una lengua cálida—. También tendréis que educarlos— siguió su padre—. Es imprescindible que los entrenéis. El encargado de los perros no querrá saber nada de estos monstruos, os lo aseguro. Y que los dioses os ayuden si los descuidáis, si los tratáis mal o si no los entrenáis. No son perros, no os harán carantoñas para conseguir comida, ni se marcharán si les dais una patada. Un lobo huargo es capaz de arrancarle el brazo a un hombre tan fácilmente como un perro mata una rata. ¿ Seguro que queréis esa responsabilidad?— Sí, padre— dijo Bran.— Sí— asintió Robb.— Y pese a todo lo que hagáis, los cachorros quizá mueran.— No se morirán— dijo Robb—. No lo permitiremos.— Entonces, os los podéis quedar. Jory, Desmond, recoged el resto de los cachorros. Ya es hora de que volvamos a Invernalia.
Sólo cuando estuvieron de nuevo a caballo y en marcha se permitió Bran disfrutar del dulce sabor de la victoria. Llevaba al cachorro entre los pliegues de las prendas de cuero para darle calor y protegerlo en la larga cabalgada de vuelta a casa. Se preguntaba qué nombre le iba a poner. En mitad del puente, Jon se detuvo de pronto.—¿ Qué pasa, Jon?— preguntó su señor padre.
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