¿Quién soy yo? Y diríamos ¿quién es el que esta hablando? Bueno, nada menos que el rey David, uno de los hombres más conocidos en el mundo antiguo. El rey más querido por Israel. Uno de los hombres más famosos a nivel internacional entre Israel. Guerrero poderoso, estadista extraordinario. Un hombre que logró unificar a Israel, que logró desarrollar la nación. Un hombre muy prominente, el dulce cantor de Israel. Él frente a Dios no saca todas sus credenciales. No presume de nada de lo que ha hecho o ha alcanzado, sino que introduce este texto con una pregunta retórica que muestra su profunda indignidad. ¿Quién soy yo? Y no solamente dice esto, sino que continúa diciendo: ¿y quién es mi pueblo?
Alguien pudiera decir desde el pensamiento positivista y de la psicología contemporánea: “que poca autoestima tiene el rey David”; “que poco concepto tiene de sí mismo”; “que poco concepto tiene de lo que Dios le dio para administrar y ser mayordomo”. Pero lo que está poniéndose aquí en evidencia es el entendimiento adecuado de la antropología humana. Es el entendimiento correcto de nuestra perversión total humana, nuestra total incapacidad. También de la gracia suficiente y poderosa de Jesucristo nuestro Señor. ¿Quién soy yo frente a un Dios poderoso, absoluto y soberano? ¿Quién soy yo frente a un Dios Santo y Justo, sino un pecador? Lo que está poniéndose aquí en evidencia es una verdad por contraste. Mi indignidad o mi pregunta retórica, no es frente a mí mismo o ante los demás. No es ante el pensamiento dominante de la cosmovisión humana, no es ante las ideologías perversas de la sociedad contemporánea. El punto de comparación es ¿quién soy yo frente a Dios? ¿quién soy yo delante del Dios Soberano, Justo, Perfecto y Absoluto? ¿cómo puedo presumir que tengo capacidades ante él? ¿cómo puedo presumir que tengo habilidades, dones y cualidades las cuales pueda ostentar? ¿cómo puedo presumir que la salvación la gane yo por mi libre determinación? ¿cómo puedo pretender que la santificación depende de mi esfuerzo u obediencia? ¿cómo puedo presumir que mis recursos son suficientes para agradar y satisfacer las demandas de Dios?
¿Quién soy yo ante su santidad, su dignidad, su soberano poder y su control absoluto? Queridos hermanos, yo quise presentar esto; porque una de las pretensiones que tenemos hoy día los creyentes, aun los que tenemos una doctrina mucho más segura y seria, es pensar que somos más que otros. Que somos alguien en la vida y podemos presumir de lo que tenemos y somos, Que Dios nos ha dado dones y son nuestros. Que somos valiosos y dignos de ser reconocidos y promovidos y honrados. Pero el rey David nos da ejemplo de la perspectiva correcta frente a las bendiciones de Dios y ante su presencia.