“Porque ¿quién soy yo, y quién es mi pueblo, para que pudiésemos ofrecer voluntariamente cosas semejantes? Pues todo es tuyo, y de lo recibido de tu mano te damos” (1 Cró. 29:14)
¿Quién soy yo? Sobre esa idea, sobre esa pregunta retórica quiero navegar para hablar sobre el evangelio. ¿Quién soy yo? Es una expresión muy interesante del rey David. En dicha pregunta, nos muestra la indignidad humana y la total incapacidad del hombre frente a Dios y ante la humanidad. El humanismo piensa que el hombre es muy valioso, capaz, poderoso, que es inacabado y tiene todas las posibilidades. Pero la biblia registra la comprensión correcta de la antropología, es decir de lo que somos. Dice que no somos nada, ni nadie.
Probablemente es una de las preguntas retóricas que muestra la actitud más dolorosa e incomprensible para el humanista. Porque la expresión ¿quién soy yo? lo que indica es la profunda indignidad, el profundo sentido de incapacidad y de insuficiencia ante los desafíos de Dios.
¿Quién soy yo? muestra una antropología correcta, porque nos pone en el lugar de míseros o de mendigos para depender absolutamente del Señor. Nos pone en el lugar de ser hijos. No tenemos privilegios absolutos y meritorios, sino tenemos privilegios por gracia a través del evangelio.
Hay una frase común que ha circulado últimamente y es: ¿usted no sabe quién soy yo? Pero realmente nosotros vamos en contravía de ese entendimiento por qué; no pudiéramos decir: ¿usted no sabe quién soy yo? Lo que dijo el Rey David inspirado por el Espíritu Santo es: ¿Quién soy yo? La frase: ¿usted no sabe quién soy yo? lo que dice es: ¡usted no se ha puesto a pensar lo valioso, lo útil, lo reconocido y lo famoso que soy! Así que, merezco respeto, merezco dignidad, merezco oportunidades. Pero el texto lo que dice es: ¿Quién soy yo?