Por el evangelio nos damos cuenta que estas categorías conceptuales y prácticas no son más que la interpretación pecaminosa de la mente caída. Por su preciosa palabra vemos que las implicaciones del pecado han destruido el juicio valorativo adecuado. Es decir, no tenemos razonamiento objetivo, absoluto y trascendente acorde a los principios del evangelio. Tenemos interpretaciones diversas y perversas de las condiciones de vida. Nos matamos por posturas, nos destruimos y dividimos por conceptos. Por el evangelio nos damos cuenta que no tiene sentido ni la guerra ni la paz, con estos discursos. Que lo único que tiene sentido es Cristo. Que lo único que tiene valor es su palabra y que lo único que permanece es su gracia. Por el evangelio nos damos cuenta que lo único que sustenta nuestra vida es su precioso Espíritu y que nuestro destino es común, tal como el origen. Todos creados por Él; todos pecadores; todos sostenidos por Él; todos caminando a dar cuentas a nuestro soberano, fiel, amoroso y justo Señor y Juez.
Me pregunto: ¿tiene sentido que pequeñas grietas las hagamos muros insalvables de comunicación, de relación y por ende de adoración? ¿Tiene sentido que en aras de la ley o de la gracia, en aras de mi compresión o de tu comprensión, en aras del deber o de los derechos, se fracture el cuerpo y se destruya la preciosa obra de su palabra en el corazón? ¿Tiene sentido que, por alguna circunstancia trivial, nos bloqueemos en el Facebook, nos eliminamos de los contactos y nos dejemos de hablar? ¿Eso tiene sentido? ¡Claro que lo tiene! Es el sentido del pecado, es el sentido de la polarización, es el sentido de la dicotomía. ¡Pero no tiene sentido desde el evangelio! Desde el evangelio, el único sentido es que mengüemos y Él crezca en nuestros corazones. Entonces el antídoto para le miedo no es la gracia y el antídoto para la injusticia no es la ley. El antídoto para el miedo y la injusticia es el evangelio glorioso y poderoso. El antídoto para lo absoluto no es la gracia. Y el antídoto para lo relativo no es la ley. El antídoto para lo absoluto y lo relativo es la verdad celestial que se revela en Cristo. El antídoto para la cosmovisión no es la gracia. El antídoto para la ideología no es la ley. El antídoto para la cosmovisión y la ideología es la perfecta ley de la libertad, por la obra de su redención.
El antídoto para los deberes no es la gracia. El antídoto para los derechos no es la ley. El antídoto para los deberes y los derechos es la palabra de nuestro Dios y su relación integral que nos viene por su mensaje.
El evangelio es el punto de partida de la historia. El evangelio es el hilo conductor de la vida. El evangelio es la medula de la fe y la vida. El evangelio es el punto de llegada. Es decir: Cristo. Si bien es cierto debemos abrazar posturas, articularlas y defenderlas; debemos revisar que no sean posiciones extremas y sectarias, sin sustento bíblico, sin sustento histórico y que no sean más bien, exabruptos al vacío del sin sentido. Si bien es cierto, debemos articular un sistema de fe y práctica confesional y doctrinal; no debemos establecer limites separatistas, barreras infranqueables que niegan la misericordia, compasión y relación de servicio mutuo.
Conclusión
Desde este pensamiento: ¡Ni tu ni yo; sino Cristo! ¡Ni tu confesión, ni la mía; sino su palabra! ¡Ni tu compresión, ni la mía; sino su mensaje común a los redimidos! ¡Ni tu obra, ni la mía; sino su gloria! ¡Ni tu misión, ni la mía; sino su gracia entre nosotros! ¡Ni tu fin, mi el mío; sino Cristo! ¡Ni tu medio, ni el mío; sino el único y perfecto mediador Jesucristo! Ni el miedo, ni la injusticia; ni la ley, ni la gracia; sino su perfecta revelación preservada, inspirada por Dios, manifestada en Cristo y aplicada por su Espíritu. ¡Que el Señor nos ayude a renunciar a nuestros pequeños reinos, a deshacernos de nuestros pequeños ídolos y a confesar nuestras mafias y guacas que sustentan nuestro tesoro! ¡Que lejos de ser mercenarios de la fe, seamos siervos! ¡Que lejos de abrazar conceptos, abracemos personas! ¡Que lejos de levantar barreras, levantemos los brazos! Sin olvidar su instrucción y seguridad práctica: “Cuando tengo miedo, confío en ti. 4 Confío en Dios y alabo su palabra; confío en Dios y no tengo miedo. ¿Qué me puede hacer el hombre?” (Sal. 56:3-4)
Con amor en Cristo.