atendiendo varios proyectos de Desarrollo Comunitario. Criticando al hombre en sus intervenciones ante la comunidad, por razón de que las mujeres se quejaban de que el hombre sólo cumplía con ir a trabajar y llegaba a la casa a descansar, sin ayudar a su esposa en muchos de los quehaceres hogareños. Desde luego, en general, tenía razón en la crítica, pero ella con la formación intelectual que conlleva el ser graduada como Trabajadora Social, no estaba impartiendo debidamente el mensaje necesario para cambiar esta situación; con sus expresiones de inconformidad en las reuniones comunitarias estaba alborotando el problema, en vez de sanar las heridas en los hogares afectados. Sabemos que en nuestros países latinoamericanos, por lo general, la causa de ese comportamiento es de origen cultural y se remonta al hogar donde como tradición, la misma madre enseña a los hijos varones a dejar de lado las tareas de la casa porque “esas son cosas para las mujeres”; entonces yo le decía a la Trabajadora Social que el cambio se tenía que generar educando primero a las madres de familia, pues ellas que son las que tienen a los niños varones bajo su potestad desde que nacen, y serian ellas las más apropiadas para enseñarlos y guiarlos correctamente en lo que debe ser su comportamiento cooperador en el hogar.