BRUJULA TEOLOGICA DICIEMBRE 2017 | Page 22

y comprendemos desde el carácter y relación del Pastor eterno, que determinó en cumplimento de su perfecto diseño redentivo, habitar en, con y entre nosotros. Es una expresión de relación santa, justa, fiel y segura del Buen Pastor, en medio de ovejas que aun salvas, siguen sin dignidad y méritos propios.

El mérito de su morada entre nosotros y por nosotros, no es del rebaño, sino del Pastor. La gloria de su presencia entre su pueblo, no es del pueblo, sino del que mora entre ellas. La vida, esperanza, seguridad y santidad de la iglesia no es propia, sino de quien prometió estar con nosotros siempre. De esta forma, debemos decir, que nunca la iglesia ha tenido ni tendrá luz propia para brillar y, por ende, nada que ofrecer al Señor. Nuestro corazón nunca ha sido un lugar apto para que habite el Rey del universo y su santo Espíritu. Siendo el corazón lo más engañoso y perverso; es el peor lugar para que el santo y justo Pastor haga morada en nosotros. No obstante, es una muestra más cercana de la condescendencia, misericordia y ofensiva verdad que humilla el corazón del soberbio y aplasta las razones del religioso. Su relación, no es de iguales o de pares. Menos de amigos o relación de padre e hijo de la misma condición. No es relación tierna, romántica, amorosa o sensitiva.

Es la relación vertical, descendente, unilateral del Pastor, Señor y Salvador, que expresa el plan de llevar un pueblo para sí. El más insignificante, conformado por los más viles y con muestras fidedignas de rebeldía, maldad y terquedad; pero salvo por gracia. Tal relación es celestial, del Señor hacia criaturas. Del alfarero para con el barro, del Pastor para con ovejas y del Arquitecto para con piedras. Estas metáforas definen bien la relación y le quitan la ternura que solemos imprimirle a la relación en Cristo. Nos quita el lugar de complemento o aportantes en una relación de pares o iguales. Por el contrario, las metáforas bíblicas, que son verdades absolutas, enmarcan esta relación en el carácter del Señor y absoluto Juez y la de sus hijos como súbditos, siervos o esclavos por su voluntad eterna y para su gloria indiscutible.

Por eso afirmamos que: “Emanuel: Dios con nosotros” define el carácter de la relación que desciende del cielo y condesciende a sostener, lavar y llevar a la gloria, la peor gente y la menos valiosa en sí misma. Con estas afirmaciones no estamos dándonos duro, ni eludiendo la responsabilidad en la salvación. Por el contrario, estamos poniendo en perspectiva una de las más extraordinarias y sencillas verdades del evangelio, que es el corazón del plan redentivo, de la revelación de Dios y del seguro que tenemos en Cristo para confesar la fe hasta el final. Reconocemos que, sí hay Dios, hay salvación y seremos llevados en gloria. La razón es que Dios existe, su plan se cumplió y mora entre su pueblo.

De esta forma, podemos asegurar, sin lugar a equivocación, que: “Emanuel: Dios con nosotros” muestra la certeza de la salvación, la capacidad recibida para vivir para su gloria y la confianza que tenemos en el Señor. Si esta expresión define en algún porcentaje nuestra participación o protagonismo, estamos perdidos y no hay ni seguridad en Dios, en el plan, ni en el beneficio. La seguridad de todo radica en la exclusividad de Dios, su soberanía y unilateralidad. En la gloria del único, perfecto, confiable y seguro en plenitud.