del evangelio. Esta perspectiva es halagüeña a nuestro oído y tranquiliza la conciencia pecadora del individuo, pero en nada tiene sustento escritural, ni descansa en el carácter del Señor.
La verdad con relación a la maravillosa expresión: “Emanuel: Dios con nosotros” es que no somos, ni seremos necesarios, protagónicos, ni aportantes en este plan de salvación. Mejor aún, el plan no es para nosotros, ni con nosotros, ni por nosotros. Dicho de otra forma, el plan es de Dios, en Cristo y para Él. Es de Dios porque es un plan eterno que se sustenta en su carácter y se conoce por el decreto de la redención. Es en Cristo, porque el benefactor y testador es Cristo, el justo y santo hijo de Dios. Dispuesto desde antes de la fundación del mundo para satisfacer las demandas de su ley. Es para Dios, porque su propósito es satisfacer su honor y vindicar su justo nombre. Es para la gloria del Maestro e incomparable Señor y Dios.
Ni en un ápice del plan, ni de forma periférica o tangencial, somos activos o actores en este gran plan. Lo somos como beneficiarios de gracia. Es decir, el alcance o beneficio nos llega por condescendencia, no por mérito o participación. Menos aun por derecho. Somos alcanzados porque en su incomparable propósito y como parte de su revelación digna, determinó incluir a míseros pecadores y acogerlos sobre la base de su amor incomparable y gracioso. ¿En tal sentido, porque alegar derecho, participación y legitimidad en el plan, cuando sólo merecemos muerte y condenación? ¿Por qué reclamar lo que no nos pertenece, y en lo cual no hicimos ni haremos nada? ¡Es una osadía aún más perversa! Antes desconocíamos el plan, se nos da fe para conocerlo y nos da su perdón.
Una vez somos alcanzamos: decimos que lo merecemos. ¡Además de necedad, es rebeldía desbordada!
Y son muchos los que estarán llenando templos y capillas con la presunción del mérito y del derecho. ¡Que atrevimiento, negador del evangelio y afrentivo contra el carácter del redentor! Además de soberbio con relación a nuestra condición y capacidad que no es ninguna. En tal sentido, cuando escuche las palabras: “Emanuel: Dios con nosotros” no debe decir: “Amén, lo merezco y lo gané”. Sino: “!!Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Rm. 7:24). Es una reacción de confesión ante la condescendencia del Señor. Y una expresión acertada de la condición que nos embarga, ante la luz del Redentor alumbrando la conciencia y beneficiándonos por la decisión del glorioso Dios.
3. RELACIÓN - PASTOR