BRUJULA CIUDADANA Ciudadanía activa y enérgica | Page 15

1) L a difícil ruta hacia el empoderamiento ciudadano 13 pación se orienta o dirige principalmente a la consulta, el diálogo, la decisión o la vigilancia. No toda participación debería ser institu- cionalizada, pero la participación ciudadana (como fue definida anteriormente) tendría que ser claramente diseñada para que su incidencia en lo público sea eficaz. Modelos, diseños y experiencias nacionales e internacionales A partir de la necesidad de modificar radi- calmente los modos de relación sociedad-Es- tado, urge construir un diálogo nacional que implique a todos los poderes de los tres ámbitos del Estado mexicano. Seguramente habrá mecanismos de participación que serán reformados o cancelados, otros se deberían articular entre niveles o áreas, mientras que se deberá crear otros nuevos. Mientras eso se lleva a cabo, es necesaria la documentación y análisis de la rica y hetero- génea experiencia nacional e internacional. Para ir avanzando en ideas concretas en este sentido, se presentan cuatro ejemplos de potenciales innovaciones que podrían formar parte de esa Política Nacional. En primer lugar, a partir de la experiencia brasileña ya de varios lustros, convendría cons- truir en ciertas áreas de política pública clave un sistema de Consejos gestores de política pública donde la ciudadanía incida mediante mecanismos de decisión y vigilancia de di- chas áreas de política pública. Los Consejos deberían integrarse a sistemas nacionales de política construidos desde abajo, partiendo de los municipios a la federación, pasando por los estados. Así mismo, estos Consejos gestores se entrelazarían con Conferencias temáticas, entendidas como espacios cíclicos (bianuales, por ejemplo) de consulta abierta al conjunto de la población para incorporar las perspectivas más diversas de los diversos sectores de la sociedad (véase, Isunza, 2013). Una segunda área de participación ciuda- dana que podría reformularse es la que se dedica al control y supervisión de las obras y servicios provistos por el poder público. La llamada “contraloría social” debería re- formarse a fondo, para superar su historia reciente que ha devenido en una simulación estéril. Debería recuperarse su fuerza de vigilancia social con consecuencias, amplian- do su campo de acción más allá de algunas políticas sociales predefinidas, y más allá de los “beneficiarios” de los programas. La con- traloría social reestructurada podría articular a cualquier ciudadano interesado en vigilar la provisión de bienes y servicios, generar infor- mación y acción que sea tomada en cuenta por la administración pública para su mejora, y engarzar sus acciones e informaciones a los