book Percy Jackson y La Maldicion del Titan | Page 111

—Ya, pero matar a un inocente encierra un poder. Un terrible poder. Hace eones, cuando nació esta criatura, las Moiras hicieron una profecía. Aquel que matase al taurofidio y sacrificara sus entrañas, dijeron, tendría el poder de destruir a los dioses. —¡Muuuu! —Eh… creo que tampoco deberíamos hablar de «entrañas» —nos advirtió Grover. Thalia contempló asombrada al toro-serpiente. —El poder de destruir a los dioses… ¿cómo? Es decir, ¿qué pasaría? —Nadie lo sabe —respondió Zoë—. La primera vez, durante la guerra de los titanes, un gigante que se había aliado con ellos mató al taurofidio, pero tu padre, Zeus, envió un águila para que les arrebatara sus entrañas antes de que pudieran arrojarlas al fuego. Lo logró por muy poco. Ahora, tres mil años después, el taurofidio ha vuelto a nacer. Thalia se acuclilló y alargó una mano. Bessie acudió a su lado. Cuando ella le puso la mano en la cabeza, se estremeció. Me inquietaba la expresión de Thalia. Casi parecía… hambrienta. —Tenemos que protegerlo —le dije—. Si Luke le pone las manos encima… —Luke no vacilaría —musitó ella—. El poder de derrocar al Olimpo. Es… una pasada. —Sí, querida. Así es —dijo una voz masculina con acento francés—. Y ese poder lo vas a desencadenar tú. El taurofidio soltó una especie de lamento y se sumergió. Alcé la vista. Estábamos tan absortos que habíamos dejado que nos tendieran una emboscada. A nuestra espalda, con sus ojos bicolores reluciendo de maldad, estaba el doctor Espino. La mantícora en persona. *** —Esto es peggg-fecto —dijo la mantícora, relamiéndose. Llevaba un andrajoso impermeable negro sobre el uniforme de Westover Hall, también manchado y desgarrado. El pelo, antes al cero, le había crecido y se le veía erizado y grasiento. Tampoco se había afeitado últimamente y empezaba a asomarle una barba de brillos plateados. En resumen, no tenía mucho mejor aspecto que los tipos del comedor de beneficencia. —Hace ya mucho tiempo, los dioses me desterraron en Persia —prosiguió la mantícora—. Me vi obligado a buscarme el sustento en los confines del mundo; tuve que ocultarme en los bosques y alimentarme de insignificantes granjeros. Nunca pude combatir con un héroe. ¡Mi nombre no era temido ni admirado en las antiguas historias! Pero todo eso va a cambiar. ¡Los titanes me honrarán y yo me daré un banquete con carne de mestizo! Tenía dos guardias a cada lado armados hasta los dientes. Eran algunos de los mercenarios mortales que había visto en Washington. Dos más se habían apostado en el siguiente embarcadero, por si tratábamos de escapar. Había turistas por todas partes, caminando junto a la orilla o haciendo compras en las tiendas del muelle, aunque yo sabía que eso no frenaría a la mantícora. —¿Y los esqueletos? —le pregunté. Él sonrió, desdeñoso. —¡No necesito a esas estúpidas criaturas de ultratumba! ¿El General me había tomado por un inútil? ¡A ver qué dice cuando sepa que te he derrotado por mi cuenta! Necesitaba pensar. Ante todo, tenía que salvar a Bessie. Podía zambullirme en el agua, desde luego, pero ¿cómo iba a emprender la fuga con un toro-serpiente de trescientos kilos? ¿Y qué pasaría con mis amigos? —Ya te derrotamos una vez —le dije. —¡Ja! Apenas tuvisteis que combatir, con una diosa a vuestro lado. Pero, ay… esa diosa está muy ocupada en este momento. Ahora no contáis con ayuda. Zoë sacó una flecha y le apuntó directamente a la cabeza. Los guardias que lo flanqueaban alzaron sus pistolas.