book Percy Jackson y La Maldicion del Titan | Page 112
—¡Espera! —la detuve—. ¡No lo hagas!
La mantícora sonrió.
—El chico tiene razón, Zoë Belladona. Guárdate ese arco. Sería una lástima matarte antes de que
puedas presenciar la gran victoria de tu amiga Thalia.
—¿De qué hablas? —gruñó Thalia, con el escudo y la lanza preparados.
—Está bien claro —dijo la mantícora—. Éste es tu momento. Para eso te devolvió a la vida el señor
Cronos. Tú sacrificarás al taurofidio. Tú llevarás sus entrañas al fuego sagrado de la montaña y
obtendrás un poder ilimitado. Y en tu decimosexto cumpleaños derribarás al Olimpo.
Nos quedamos todos mudos. Era tremendamente lógico. Sólo faltaban dos días para que Thalia
cumpliera los dieciséis. Ella era hija de uno de los Tres Grandes. Y ahora tenía ante sí una elección: una
terrible elección que podía implicar el fin de los dioses. Era tal como había predicho la profecía. No
supe si sentirme aliviado, horrorizado o decepcionado. A fin de cuentas, yo no era el protagonista de la
profecía. El fin del mundo tenía lugar en aquel mismo momento.
Aguardé a que Thalia le plantase cara a la mantícora, pero ella titubeó. Parecía estupefacta.
—Tú sabes que ésa es la opción correcta —continuó él—. Tu amigo Luke así lo entendió. Ahora
volverás a reunirte con él. Juntos gobernaréis el mundo bajo los auspicios de los titanes. Tu padre te
abandonó, Thalia. El no se preocupa por ti. Y ahora lo superarás en poder. Aplasta a los olímpicos, tal
como se merecen. ¡Convoca a la bestia! Ella acudirá a ti. Y usa tu lanza.
—Thalia —dije—, ¡despierta!
Ella me miró tal como me había mirado la mañana en que despertó en la Colina Mestiza, aturdida y
vacilante. Era casi como si no me reconociera.
—Yo… no…
—Tu padre te ayudó —le dije—. Envió a los ángeles de metal. Te convirtió en un árbol para
preservarte.
Su mano asió con fuerza la lanza.
Miré a Grover, desesperado. Gracias a los dioses, comprendió a la primera lo que necesitaba. Se llevó
su flauta a los labios y tocó un estribillo muy rápido.
—¡Detenedlo! —ordenó la mantícora.
Los guardias seguían apuntando a Zoë y, antes de que entendieran que el tipo de las flautas era un
problema más acuciante, empezaron a brotar ramas de las planchas de madera del muelle y se les
enredaron en las piernas. Zoë lanzó un par de flechas que explotaron a sus pies y levantaron un
sulfuroso humo amarillento. ¡Flechas pestilentes!
Los guardias se pusieron a toser como locos. La mantícora disparaba espinas, pero rebotaban en mi
abrigo de león.
—Grover —ordené??