book Percy Jackson y La Maldicion del Titan | Page 98

Pensé que aquello le serviría de excusa para ponerse a chillarme, pero quizá la arrancaría al menos de su abatimiento. —No, Percy —dijo en cambio—. Yo la empujé a participar en esta búsqueda. Fui demasiado impaciente. Era una mestiza muy poderosa. Tenía un corazón bondadoso también. Pensé que podría llegar a ser lugarteniente de las cazadoras. —Pero ese puesto lo ocupas tú. Ella retorció la correa de su carcaj. Parecía más cansada que nunca. —No hay nada que dure siempre, Percy. Durante dos mil años he dirigido la Cacería. Pero mi sabiduría no ha aumentado. Ahora, Artemisa en persona corre peligro. —Escucha, no puedes culparte también de eso. —Si hubiera insistido en acompañarla… —¿Y crees que habrías sido capaz de combatir con algo tan poderoso como para secuestrar a Artemisa? No habrías podido hacer nada. Zoë no respondió. Los riscos del cañón eran cada vez más altos. Sus sombras alargadas cubrían el agua y la enfriaban aún más, aunque el día fuese luminoso. Sin pensármelo dos veces, saqué a Contracorriente del bolsillo. Zoë miró el bolígrafo con expresión afligida. —Lo hiciste tú —le dije. —¿Quién te lo ha dicho? —Tuve un sueño. Ella me miró de hito en hito. Estaba seguro de que iba a decirme que me había vuelto loco, pero se limitó a emitir un suspiro. —Era un regalo. Y fue un error. —¿Quién era el héroe? —pregunté. Ella meneó la cabeza. —No me obligues a decir su nombre. Juré que jamás volvería a pronunciarlo. —Lo dices como si tuviera que saberlo. —Estoy segura de que lo sabes, héroe. ¿Acaso todos los chicos no queréis ser como él? Su tono era tan amargo que decidí no preguntarle a qué se refería. Miré a Contracorriente y, por primera vez, me pregunté si estaría maldita. —¿Tu madre era una diosa del agua? —le pregunté. —Sí. Pleione. Tuvo cinco hijas. Mis hermanas y yo, las hespérides. —Esas eran las chicas que vivían en un jardín en el extremo más occidental del mundo. Con el árbol de las manzanas doradas y un dragón que lo vigilaba. —Sí —dijo Zoë con tristeza—. Ladón. —Pero ¿no eran sólo cuatro hermanas? —Ahora sí. Yo fui exiliada. Olvidada. Borrada como si nunca hubiera existido. —¿Por qué? Ella señaló mi bolígrafo. —Porque traicioné a mi familia y ayudé a un héroe. Tampoco esto lo encontrarás en la leyenda. Él nunca habló de mí. Cuando fracasó en su intento de enfrentarse directamente con Ladón, fui yo quien le dio la idea para engañar a mi padre y robar las manzanas. Pero él se llevó todo el mérito. —Pero… «Gluglú, gluglú», oí que decía una náyade en mi cabeza. La velocidad de la canoa estaba disminuyendo rápidamente. Miré al frente y descubrí por qué. No podíamos seguir. El río estaba bloqueado. Un dique tan grande como un estadio de fútbol se alzaba ante nosotros cerrándonos el paso.