book Percy Jackson y La Maldicion del Titan | Page 91
—Me encantaría matarte. De verdad —dijo—. Pero, ya ves, tengo un puesto de trabajo. En el Olimpo
se rumorea que podrías desencadenar la mayor guerra de la historia.
No puedo arriesgarme a estropear una cosa así. Además, Afrodita cree que eres como el protagonista de
un culebrón o algo así. Si te matara, ella tendría un mal concepto de mí. Pero no te preocupes. No he
olvidado mi promesa. Un día no muy lejano, muchacho (muy próximo, de hecho), alzarás tu espada
para luchar y te acordarás de la ira del dios Ares.
Apreté los puños.
—¿Por qué esperar? Ya te vencí una vez. ¿Qué tal se va curando ese tobillo?
Él esbozó una sonrisa aviesa.
—No va mal, gamberro. Pero las burlas no son lo tuyo. Empezaré la lucha cuando esté listo y
recuperado. Hasta entonces… piérdete.
Chasqueó dos dedos, el mundo dio un giro de trescientos sesenta grados entre una nube de polvo rojo y
caí al suelo.
Cuando me levanté, la limusina se había esfumado. La carretera, el bar de tacos mexicanos y las casas
de Gila Claw también habían desaparecido. Ahora estábamos en medio de la chatarrería, rodeados de
montañas de despojos metálicos que se extendían interminablemente a ambos lados.
***
—¿Qué quería de ti? —me preguntó Bianca cuando les conté quién era la ocupante de la limusina.
—Pues… en realidad no estoy seguro —mentí—. Me dijo que tuviéramos cuidado en la chatarrería de
su marido. Y que no nos quedáramos nada.
Zoë entornó los ojos.
—La diosa del amor no haría un viaje sólo para deciros esa tontería. Cuidaos, Percy. Afrodita ha
llevado a muchos héroes por el mal camino.
—Por una vez, coincido con Zoë —dijo Thalia—. No puedes fiarte de Afrodita.
Grover me miraba divertido. Gracias a la empatía, normalmente podía leer mis sentimientos, y ahora
me daba la impresión de que sabía muy bien de qué me había hablado la diosa.
—Bueno —dije, deseando cambiar de tema—, ¿y cómo vamos a salir de aquí?
—Por este lado —señaló Zoë—. Eso es el oeste.
—¿Cómo lo sabes?
Era sorprendente lo bien que podía ver poniendo los ojos en blanco a la luz de la luna llena.
—La Osa Mayor está al norte —dijo—. Lo cual significa que esto ha de ser el oeste.
Señaló la constelación del norte, que no resultaba fácil de identificar porque había muchas otras
estrellas.
—Ah, ya —dije—. El oso ese.
Zoë pareció ofenderse.
—Habla con respeto. Era un gran oso. Un digno adversario.
—Lo dices como si hubiera existido.
—Chicos —nos interrumpió Grover—. Mirad.
Habíamos llegado a la cima de la montaña de chatarra. Montones de objetos metálicos brillaban a la luz
de la luna: cabezas de caballo metálicas, rotas y oxidadas; piernas de bronce de estatuas humanas;
carros aplastados; toneladas de escudos, espadas y otras armas. Todo ello mezclado con artilugios
modernos como automóviles de brillos dorados y plateados, frigoríficos, lavadoras, pantallas de
ordenador…
—Uau —dijo Bianca—. Hay cosas que parecen de oro.
—Lo son —respondió Thalia, muy seria—. Como ha dicho Percy, no toquéis nada. Esto es la
chatarrería de los dioses.
—¿Chatarra? —Grover recogió una bella corona de oro, plata y pedrería. Estaba rota por un lado, como
si la hubiesen partido con un hacha—. ¿A esto llamas chatarra? —Mordió un trocito y empezó a
masticar—. ¡Está delicioso!