book Percy Jackson y La Maldicion del Titan | Page 89

Ahora que pienso en ello, no sabría decirte a quién se parecía. Ni tampoco de qué color era su pelo o sus ojos. No importa. Escoge a la actriz más guapa que se te ocurra. La diosa era diez veces más hermosa. Escoge tu color de pelo favorito, el color de los ojos, lo que sea. La diosa lo poseía y lo mejoraba. Primero, cuando me sonrió, me dio la impresión de que se parecía un poco a Annabeth. Luego, a aquella presentadora de televisión de la que estaba completamente colado en quinto curso. Luego… bueno, ya te vas haciendo una idea. —Ah, estás aquí, Percy—dijo la diosa—. Soy Afrodita. Me deslicé en el asiento frente a ella y repuse algo como: —Ah… eh… uf… Ella sonrió. —¡Qué monada! Aguántame esto, por favor. Me alcanzó un brillante espejo del tamaño de un plato para que se lo sostuviera. Ella se inclinó hacia delante y se repasó los labios, aunque los tenía perfectos. —¿Sabes por qué estás aquí? —me preguntó. Yo quería responder… ¿Por qué no era capaz de articular una frase completa? Sólo era una dama. Una dama bellísima. Con unos ojos que parecían estanques de primavera… Uau. Me pellizqué el brazo con fuerza. —No… no sé —acerté a decir. —Ah, querido —dijo Afrodita—. ¿Todavía negando? Oí cómo Ares reía entre dientes fuera. Tenía la sensación de que escuchaba cada una de nuestras palabras. La sola idea de tenerlo tan cerca me enfurecía, lo cual ayudó a que me despejara un poco. —No sé de qué me habla —respondí. —Entonces, ¿por qué participas en esta búsqueda? —¡Artemisa ha sido capturada! Ella puso los ojos en blanco. —¡Artemisa!, ¡por favor! Ésa no tiene remedio. Quiero decir, si fuesen a secuestrar a una diosa, elegirían a una de belleza hechizante, ¿no te parece? Compadezco a los pobres que tengan que custodiar a Artemisa. ¡Qué aburrimiento! —Pero ella estaba persiguiendo a un monstruo —protesté—. Un monstruo realmente terrible. ¡Tenemos que encontrarlo! Afrodita me hizo sostener el espejo un poco más arriba. Por lo visto, se había encontrado un defecto microscópico en el rabillo del ojo y ahora se arreglaba el rimel. —Siempre algún monstruo… Pero, mi querido Percy, ése es el motivo de los demás para participar en esta búsqueda. A mí me interesa más tu caso. Se me aceleró el corazón. Yo no quería responder, pero sus ojos me arrancaron la respuesta de los labios. —Annabeth está metida en un aprieto. Afrodita sonrió satisfecha. —¡Exacto! —Tengo que ayudarla —dije—. He tenido unos sueños… —¡Incluso has soñado con ella! ¡Qué monada! —¡No! Es decir… no me refería a eso. Ella chasqueó la lengua. —Percy, yo estoy de tu lado. Soy la causante de que estés aquí, al fin y al cabo. Me la quedé mirando. —¿Cómo? —La camiseta envenenada que le dieron los hermanos Stoll a Febe —dijo—. ¿Creías que había sido un accidente? ¿Y lo de enviarte a Blackjack? ¿Y lo de ayudarte a salir del campamento a hurtadillas?