book Percy Jackson y La Maldicion del Titan | Page 86

Zoë y Bianca sacaron cinco sacos de dormir y otros tantos colchones de espuma de sus mochilas. No sé cómo lo harían, porque eran mochilas muy pequeñas; imagino que habían sido encantadas para albergar esa cantidad de material. También el arco y el carcaj que usaban eran mágicos. Nunca me había parado a pensarlo, pero cuando los necesitaban, aparecían colgados a su espalda. Y si no, desaparecían. La noche era helada. Grover y yo reunimos los tablones de la casa en ruinas y Thalia les lanzó una descarga eléctrica para prenderles fuego y formar una hoguera. Enseguida nos sentimos tan cómodamente instalados como es posible estarlo en una ciudad fantasma en medio de la nada. —Han salido las estrellas —observó Zoë. Tenía razón. Había millones de estrellas, y ninguna ciudad cuyo resplandor volviera anaranjado el cielo. —Increíble —dijo Bianca—. Nunca había visto la Vía Láctea. —Esto no es nada —repuso Zoë—. En los viejos tiempos había muchas más. Han desaparecido constelaciones enteras por la contaminación lumínica del hombre. —Lo dices como si no fueses humana —observé. Ella arqueó una ceja. —Soy una cazadora. Me desazona lo que ocurre con los rincones salvajes de la tierra. ¿Puede decirse lo mismo de vos? —De «ti» —la corrigió Thalia—. No de «vos». Zoë alzó las manos, exasperada. —No soporto este idioma. ¡Cambia demasiado a menudo! Grover soltó un suspiro, todavía contemplando las estrellas, como si siguiera pensando en la contaminación lumínica. —Si Pan estuviera aquí, pondría las cosas en su sitio. Zoë asintió con tristeza. —Quizá haya sido el café —añadió Grover—. Me estaba tomando una taza y ha llegado ese viento. Tal vez si tomase más café… Yo estaba seguro de que el café no tenía nada que ver con lo ocurrido en Cloudcroft, pero me faltó valor para decírselo. Me acordé de la rata de goma y los pajaritos que habían cobrado vida al soplar aquel viento. —¿Realmente crees que ha sido Pan? —pregunté—. Ya sé que a ti te gustaría que así fuera… —Nos ha enviado ayuda —insistió—. No sé cómo ni por qué. Pero era su presencia. Cuando esta búsqueda termine, volveré a Nuevo México y tomaré un montón de café. Es la mejor pista que hemos encontrado en dos mil años. He estado tan cerca… No respondí. No quería chafar sus esperanzas. —Lo que a mí me gustaría saber —dijo Thalia mirando a Bianca— es cómo has destruido a uno de esos zombis. Quedan muchos todavía. Tenemos que saber cómo combatirlos. Bianca meneó la cabeza. —No lo sé. Simplemente le clavé el cuchillo y enseguida quedó envuelto en llamas. —A lo mejor tu cuchillo tiene algo especial —apunté. —Es igual que el mío —dijo Zoë—. Bronce celestial. Pero mis cuchilladas no los afectaban de esa manera. —Quizá haya que apuñalarlos en un punto especial —dije. A Bianca parecía incomodarla haberse convertido en el centro de la conversación. —No importa —prosiguió Zoë—. Ya hallaremos la respuesta. Entretanto, hemos de planear el próximo paso. Una vez cruzada esa chatarrería, tenemos que seguir hacia el oeste. Si encontráramos una carretera transitada, podríamos llegar en autostop a la ciudad más próxima. Las Vegas, creo. Iba a responderle que Grover y yo no teníamos recuerdos muy agradables de esa ciudad, pero Bianca se nos adelantó. —¡No! —gritó—. ¡Allí no!