book Percy Jackson y La Maldicion del Titan | Page 85
Capítulo 13
Visitamos la chatarrería de los dioses
Cabalgamos sobre el jabalí hasta que se puso el sol. Mi trasero ya no podía más. Imagínate andar todo
el día montado en un cepillo de acero sobre un camino pedregoso. Así de cómodo más o menos era
viajar sobre aquella bestia.
No tengo ni idea de cuántos kilómetros recorrimos, pero sí sé que las montañas se desvanecieron en el
horizonte y cedieron paso a una interminable extensión de tierra llana y seca. La hierba y los matorrales
se iban haciendo más y más escasos y, finalmente, nos encontramos galopando (¿galopan los jabalíes?)
a través del desierto.
Al caer la noche, el jabalí se detuvo junto a un arroyo con un bufido y se puso a beber aquella agua
turbia. Luego arrancó un cactus y empezó a masticarlo. Con púas y todo.
—Ya no irá más lejos —dijo Grover—. Tenemos que marcharnos mientras come.
No hizo falta que insistiera. Nos deslizamos por detrás mientras él seguía devorando su cactus y nos
alejamos renqueando con los traseros doloridos.
Después de tragarse tres cactus y de beber más agua embarrada, el jabalí soltó un chillido y un eructo,
dio media vuelta y echó a galopar hacia el este.
—Prefiere las montañas —dije.
—No me extraña —respondió Thalia—. Mira.
Ante nosotros se extendía una antigua carretera de dos carriles cubierta de arena. Al otro lado había un
grupo de construcciones demasiado pequeño para ser un pueblo: una casa protegida con tablones de
madera, un bar de tacos mexicanos con aspecto de llevar cerrado desde antes de que naciera Zoë y una
oficina de correos de estuco blanco con un cartel medio torcido sobre la entrada que rezaba: «Gila
Claw, Arizona.» Más allá había una serie de colinas… aunque de repente me di cuenta de que no eran
colinas. El terreno era demasiado llano para eso. No: eran montones enormes de coches viejos,
electrodomésticos y chatarra diversa. Una chatarrería que parecía extenderse interminablemente en el
horizonte.
—Uau —me asombré.
—Algo me dice que no vamos a encontrar un servicio de alquiler de coches aquí —dijo Thalia. Le echó
una mirada a Grover—. ¿Supongo que no tendrás otro jabalí escondido en la manga?
Grover husmeaba el aire, nervioso. Sacó sus bellotas y las arrojó a la arena; luego tocó sus flautas. Las
bellotas se recolocaron formando un dibujo que no tenía sentido para mí, pero que Grover observaba
con gesto preocupado.
—Esos somos nosotros —dijo—. Esas cinco bellotas de ahí.
—¿Cuál soy yo? —pregunté.
—La pequeña y deformada —apuntó Zoë.
—Cierra el pico.
—El problema es ese grupo de allí —dijo Grover, señalando a la izquierda.
—¿Un monstruo? —preguntó Thalia.
Grover parecía muy inquieto.
—No huelo nada, lo cual no tiene sentido. Pero las bellotas no mienten. Nuestro próximo desafío…
Señaló directamente la chatarrería. A la escasa luz del crepúsculo, las colinas de metal parecían
pertenecer a otro planeta.
***
Decidimos acampar allí y recorrer la chatarrería por la mañana. Nadie quería zambullirse en plena
oscuridad entre los escombros.