book Percy Jackson y La Maldicion del Titan | Page 83

A cierta distancia había un túnel que desembocaba en un viejo puente de caballetes que cruzaba un desfiladero. Tuve una idea loca. —¡Sígueme! Thalia redujo la velocidad —no tuve tiempo de preguntarle por qué—, pero yo la arrastré y ella me siguió a regañadientes. A nuestra espalda venía un tanque porcino de diez toneladas, derribando pinos y aplastando rocas con sus pezuñas. Thalia y yo cruzamos el túnel y llegamos al otro lado. —¡No! —gritó Thalia. Había palidecido como la cera. Estábamos en el inicio mismo del puente. A nuestros pies, la ladera descendía abruptamente formando un barranco de unos veinte metros de profundidad. Teníamos al jabalí justo detrás. —¡Vamos! —dije—. Seguramente aguantará nuestro peso. —¡No puedo! —gritó Thalia con ojos desorbitados. El jabalí se había metido a toda marcha en el túnel y avanzaba destrozándolo a su paso. —¡Ahora! —grité. Ella miró hacia abajo y tragó saliva. Habría jurado que se estaba poniendo verde, aunque no tenía tiempo de adivinar la causa: el jabalí venía por el túnel directo hacia nosotros. Plan B: le hice un placaje a Thalia y, evitando el puente, empezamos a deslizamos por la ladera. Casi sin pensarlo, nos montamos sobre la Égida como si fuera una tabla de snowboard, y bajamos zumbando entre las rocas, el barro y la nieve. El jabalí tuvo menos suerte; no podía virar tan deprisa, de modo que sus diez toneladas se adentraron en el puente, que crujió y cedió bajo su peso. El animal se despeñó por el barranco con un chillido agónico y aterrizó en un ventisquero con un estruendo colosal. Nos detuvimos derrapando. Los dos jadeábamos. Yo me había hecho multitud de cortes y sangraba. Thalia tenía el pelo lleno de agujas de pino. Muy cerca, la bestia daba chillidos y forcejeaba. Lo único que se le veía era la punta erizada del lomo. Estaba completamente encajado en la nieve, como un juguete en su molde de poliestireno. No parecía herido, pero tampoco podía moverse. Miré a Thalia y le dije: —Te dan miedo las alturas, ¿eh? Ahora que estábamos a salvo al pie del desfiladero, tenía su expresión malhumorada de siempre. —No seas idiota. —Lo cual explica por qué te asustaste en el autobús de Apolo. Y por qué no querías hablar de ello. Respiró hondo y se sacudió las agujas de pino del pelo. —Te juro que si se lo cuentas a alguien… —No, no —la tranquilicé—. Pero es increíble. O sea… la hija de Zeus, el señor de los cielos, ¿tiene miedo a las alturas? Thalia estaba a punto de derribarme en la nieve cuando la voz de Grover sonó por encima de nuestras cabezas: —¡Eeeeeoooo! —¡Aquí abajo! —grité. Unos minutos después se nos unieron Zoë, Bianca y Grover. Nos quedamos todos mirando al jabalí, que seguía forcejando en la nieve. —Una bendición del Salvaje —dijo Grover, aunque ahora parecía inquieto. —Estoy de acuerdo —dijo Zoë—. Hemos de utilizarlo. —Un momento —dijo Thalia, irritada. Aún parecía que acabara de ser derrotada por un árbol de Navidad—. Explícame por qué estás tan seguro de que este cerdo es una bendición. Grover miraba distraído hacia otro lado. —Es nuestro vehículo hacia el oeste. ¿Tienes idea de lo rápido que puede desplazarse este bicho? —¡Qué divertido! —dije—. Cowboys, pero montados en un cerdo. Grover asintió.