book Percy Jackson y La Maldicion del Titan | Page 82
—¡Pues repítelo!
Bianca lo intentó, pero los tres esqueletos restantes recelaban de ella y no se le acercaban. Nos
obligaron a retroceder blandiendo sus porras.
—¿Algún plan? —dije mientras nos batíamos en retirada.
Nadie respondió. Inesperadamente, los árboles que había a espaldas de los guerreros empezaron a
estremecerse y sus ramas a quebrarse.
—Un regalo —murmuró Grover entre dientes.
Entonces, con un poderoso rugido, irrumpió en el camino el cerdo más grande que he visto en mi vida.
Era un jabalí salvaje de unos diez metros de altura, con un hocico rosado y lleno de mocos y colmillos
del tamaño de una canoa. Tenía el lomo erizado y unos ojos enfurecidos.
—¡Oííííínk! —chilló, y barrió a los tres esqueletos del camino con sus colmillos. Tenía una fuerza tan
enorme que los mandó por encima de los árboles y rodaron ladera abajo hasta hacerse pedazos, dejando
un reguero de huesos retorcidos.
Luego el cerdo se volvió hacia nosotros.
Thalia alzó su lanza, pero Grover dio un grito.
—¡No lo mates!
El jabalí gruñó y arañó el suelo, dispuesto a embestir.
—Es el Jabalí de Enmanto —dijo Zoë, tratando de conservar la calma—. No creo que podamos
matarlo.
—Es un regalo —dijo Grover—. Una bendición del Salvaje.
La bestia volvió a chillar y nos embistió con sus colmillos. Zoë y Bianca se echaron de cabeza a un
lado. Yo tuve que empujar a Grover para que no saliera disparado en el Expreso Colmillo de Jabalí.
—¡Sí, una gran bendición! —dije—. ¡Dispersaos!
Corrimos en todas direcciones y por un instante el jabalí pareció confundido.
—¡Quiere matarnos! —dijo Thalia.
—Por supuesto —respondió Grover—. ¡Es salvaje!
—¿Y dónde está la bendición? —preguntó Bianca.
Parecía una buena pregunta, pero al parecer el cerdo se sintió ofendido, pues cargó contra ella. Por
suerte, era más rápida de lo que yo creía: rodó para eludir las pezuñas y reapareció detrás de la bestia,
que atacó con sus colmillos y pulverizó el cartel de «BIENVENIDOS A CLOUDCROF T».
Me devanaba los sesos tratando de acordarme del mito del jabalí. Estaba casi seguro de que Hércules
había luchado con él una vez, pero no conseguía recordar cómo lo había vencido. Tenía una vaga
sensación de que el bicho había arrasado muchas ciudades griegas antes de que Hércules lograra
someterlo. Rogué que Cloudcroft estuviera asegurada contra catástrofes (incluidos ataques de jabalíes
salvajes).
—¡No os quedéis quietos! —chilló Zoë.
Ella y Bianca corrieron en direcciones opuestas. Grover bailaba alrededor del jabalí tocando sus flautas,
mientras el animal soltaba bufidos y trataba de ensartarlo. Pero Thalia y yo fuimos los que nos
llevamos la palma en cuestión de mala suerte. Cuando la bestia se volvió hacia nosotros, Thalia
cometió el error de alzar la Egida para cubrirse. La visión de la cabeza de la Medusa le arrancó un
pavoroso chillido al jabalí. Quizá se parecía demasiado a alguno de sus parientes. El caso es que nos
embistió enloquecido.
Logramos mantener las distancias porque corríamos cuesta arriba esquivando árboles, mientras que el
monstruo iba en línea recta y tenía que derribarlos.
Al otro lado de la colina encontré un viejo tramo de vía férrea, medio enterrado en la nieve.
—¡Por aquí! —Agarré a Thalia del brazo y corrimos por los raíles con el jabalí rugiendo a nuestra
espalda.
El animal se deslizaba y resbalaba por la pendiente. Sus pezuñas no estaban hechas para aquello,
gracias a los dioses.