book Percy Jackson y La Maldicion del Titan | Page 81

Zoë y Bianca prepararon sus arcos. La pobre Bianca tenía ciertos problemas porque Grover seguía medio desmayado y apoyaba todo su peso en ella. —Retroceded —dijo Thalia. Empezamos a hacerlo, pero entonces oí un crujido de ramas. Dos guerreros-esqueleto más aparecieron detrás. Estábamos rodeados. Me estaba preguntando dónde se habrían metido los demás guerreros-esqueleto. Había visto una docena en el museo. Entonces vi que uno se acercaba un teléfono móvil a la boca y decía algo. No hablaba, en realidad. Emitía un chirrido, como unos dientes royendo un hueso. Y de repente comprendí lo que sucedía: los guerreros-esqueleto se habían dispersado para buscarnos. Ahora estaban avisando a los demás. Muy pronto tendríamos al equipo completo con nosotros. —Está cerca —gimió Grover. —Están aquí —dije yo. —No —insistió él—. El regalo. El regalo del Salvaje. No entendía a qué se refería, pero me preocupaba su estado. No estaba en condiciones de caminar, mucho menos de luchar. —Debemos combatir uno contra uno —dijo Thalia—. Cuatro contra cuatro. Quizá así dejen en paz a Grover. —De acuerdo —repuso Zoë. —¡El Salvaje! —gimió Grover. Un viento cálido sopló por todo el cañón, sacudiendo los árboles, pero yo mantuve los ojos fijos en aquellos pavorosos esqueletos. Recordé cómo se regodeaba el General ante el destino de Annabeth. Recordé cómo la había traicionado Luke. Y cargué contra ellos. El primer guerrero-esqueleto disparó. El tiempo pareció ralentizarse. No voy a decir que viese venir la bala, pero sí percibí su trayectoria, tal como percibía las corrientes en el mar. La desvié con la hoja de mi espada y seguí adelante. Mientras el esqueleto sacaba una porra, yo le rebané los brazos por el hombro. Luego le lancé un mandoble a la cintura y lo partí en dos. Sus huesos se desmoronaron con estrépito en el asfalto. Pero casi de inmediato, empezaron a reunirse y ensamblarse de nuevo. El segundo esqueleto soltó un chirrido con sus dientes y me apuntó, pero yo le asesté un buen golpe en la mano y su pistola rodó por la nieve. Creía que no lo estaba haciendo mal del todo hasta que los otros dos guerreros me dispararon desde atrás. —¡Percy! —gritó Thalia. Aterricé boca abajo en el pavimento. Pasó un momento antes de que comprendiera… que no estaba muerto. El impacto de las balas me había llegado amortiguado, como un buen empujón. ¡La piel del León de Nemea! Mi abrigo era a prueba de balas. Thalia arremetió contra el segundo esqueleto. Zoë y Bianca habían empezado a disparar sus flechas a los otros dos. Grover se mantenía en pie y extendía los brazos hacia los árboles, como si quisiera abrazarlos. Se oyó un estruendo en el bosque, a nuestra izquierda, algo parecido a una excavadora. Quizá llegaban refuerzos para los guerreros-esqueleto. Me puse en pie y esquivé una porra. El esqueleto que había cortado en dos se había recompuesto y se echaba otra vez sobre mí. No había modo de pararlos. Zoë y Bianca les disparaban a bocajarro, pero las flechas no les hacían mella. Uno de ellos embistió a Bianca. Creí que estaba perdida, pero ella sacó de improviso su cuchillo de caza y se lo clavó en el pecho. El guerrero entero ardió en llamas en el acto, dejando sólo un montoncito de ceniza y una placa de policía. —¿Cómo lo has hecho? —preguntó Zoë. —No lo sé —dijo Bianca, nerviosa—. ¿Un golpe de suerte?