book Percy Jackson y La Maldicion del Titan | Page 80

—¿O sea, que tú te has ocupado de Nico durante casi toda tu vida? —pregunté—. ¿Simplemente vosotros dos? Ella asintió. —Por eso me moría de ganas de unirme a las cazadoras. Ya sé que suena egoísta, pero quería tener mi propia vida y mis propias amigas. Quiero mucho a Nico, no me entiendas mal, pero necesitaba descubrir cómo sería vivir sin ser la hermana mayor las veinticuatro horas del día. Recordé cómo me había sentido el verano anterior cuando me enteré de que tenía un hermano menor que resultó ser un cíclope. En parte me identificaba con lo que Bianca me estaba contando. —Zoë parece confiar en ti —le dije—. Y por cierto, ¿qué era eso que estabais hablando? ¿Algo peligroso de la misión…? —¿Cuándo? —Ayer por la mañana. En el pabellón del campamento —dije sin poder contenerme—. Tenía que ver con el General… Su rostro se ensombreció. —¿Cómo es posible…? Ah, la gorra de invisibilidad. ¿Nos estabas espiando? —¡No! O sea, en realidad, yo sólo… Me salvó de mi confusión la llegada de Zoë y Grover con las bebidas y los pasteles. Chocolate caliente para Bianca y para mí. Café para ellos. Me comí una magdalena de arándanos, y estaba tan buena que casi conseguí olvidarme de la mirada indignada que me dirigía Bianca. —Deberíamos probar el conjuro de rastreo —dijo Zoë—. ¿Aún te quedan bellotas, Grover? —Humm —farfulló. Estaba masticando una magdalena integral, con envoltorio y todo—. Creo que sí. Sólo tengo que… —Se quedó petrificado. Iba a preguntarle qué ocurría, cuando una cálida brisa pasó por mi lado, como si en mitad del invierno se hubiera extraviado una ráfaga primaveral. Aire fresco perfumado de sol y flores silvestres. Y algo más: como una voz que tratara de decir algo. Una advertencia. Zoë sofocó un grito. Grover dejó caer su taza decorada con un estampado de pájaros. De repente, los pájaros se despegaron de la taza y salieron volando: una bandada de palomas diminutas. Mi rata de goma soltó un chillido; correteó por la barandilla y se perdió entre los árboles. Una rata con pelaje y bigotes reales. Grover se derrumbó junto con su taza de café, que humeó en la nieve. Lo rodeamos de inmediato y tratamos de reanimarlo. Él gemía y parpadeaba. —¡Escuchad! —dijo Thalia, que subía por la calle corriendo—. Acabo de… ¿Pero qué le ha pasado a Grover? —No lo sé —declaré—. Se ha desmayado. —Aggg… —gemía Grover. —¡Pues levantadlo! —ordenó Thalia. Empuñaba la lanza y miraba hacia atrás—. Hemos de salir de aquí. *** Habíamos llegado ya al extremo del pueblo cuando aparecieron los dos primeros guerreros-esqueleto. Surgieron de los árboles que había a ambos lados del camino. En lugar del traje gris de camuflaje, ahora llevaban el uniforme azul de la policía estatal de Nuevo México, pero seguían teniendo piel gris transparente y ojos amarillos. Desenfundaron sus pistolas. Reconozco que yo había pensado más de una vez que sería genial aprender a manejar una pistola, pero cambié de opinión en cuanto los guerreros-esq ueleto me apuntaron con las suyas. Thalia le dio unos golpecitos a su pulsera. La Égida se desplegó en espiral en su brazo, pero los guerreros no se arredraron. Sus relucientes ojos amarillos me taladraban. Saqué a Contracorriente, aunque no sabía muy bien de qué me iba a servir contra un par de pistolas.