book Percy Jackson y La Maldicion del Titan | Page 8
Ella frunció los labios.
—No es eso. Es mi padre.
—Aja. —yo sabía que Annabeth tenía una relación algo difícil con él—. Creía que las cosas habían
mejorado entre vosotros. ¿O se trata de tu madrastra?
Ella soltó un suspiro.
—Papá ha decidido mudarse. Justo ahora, cuando ya había empezado a acostumbrarme a Nueva York,
él ha aceptado un absurdo trabajo de investigación para un libro sobre la Primera Guerra Mundial…
¡En San Francisco!
Lo dijo con el mismo tono que si hubiera dicho en los Campos de Castigo del Hades.
—¿Y quiere que vayas con él? —pregunté.
—A la otra punta del país —respondió desconsolada—. Y un mestizo no puede vivir en San Francisco.
Él debería saberlo.
—¿Por qué no?
Ella puso los ojos en blanco. Quizá creía que bromeaba.
—Ya lo sabes. Porque está ahí mismo…
—Ah —dije. No entendía de qué hablaba, pero no quería parecer estúpido—. Entonces… ¿volverás a
vivir en el campamento?
—Es mucho más grave que eso, Percy. Yo… Supongo que debería contarte una cosa.
Y de pronto se quedó rígida.
—Se han ido.
—¿Qué?
Seguí su mirada. Las gradas. Los dos mestizos, Bianca y Nico, ya no estaban allí. La puerta junto a las
gradas había quedado abierta de par en par. Y ni rastro del doctor Espino.
—¡Tenemos que avisar a Thalia y Grover! —Annabeth se puso a mirar frenéticamente por todos lados
—. ¿Dónde demonios se han metido esos dos? Vamos.
Echó a correr entre la gente. Yo me disponía a seguirla, pero un grupo de chicas me cerró el paso. Las
esquivé con un rodeo para ahorrarme el tratamiento de belleza de cintas y pintalabios, pero cuando me
libré Annabeth había desaparecido. Giré sobre los talones, buscando a Thalia y Grover. Pero lo que vi
entonces me heló la sangre.
A unos metros, tirada en el suelo, había una gorra verde como la de Bianca di Angelo. Y unos cuantos
cromos esparcidos aquí y allá. Entonces entreví al doctor Espino. Corría hacia la puerta en la otra punta
del gimnasio y llevaba del cogote a los Di Angelo como si fuesen dos gatitos.
Aún no veía a Annabeth, pero estaba seguro de que se había ido hacia el otro lado a buscar a Thalia y
Grover.
Iba a salir corriendo tras ella, pero me dije: «Espera.»
Entonces recordé lo que Thalia me había dicho en el vestíbulo con aire perplejo cuando yo le había
preguntado por ese truco que hacía chasqueando los dedos: «¿Aún no te lo ha enseñado Quirón?»
También recordé cómo la miraba Grover, convencido de que ella sabría salvar la situación.
No es que yo tuviera nada en contra de Thalia. Ella era una chica guay y no tenía la culpa de ser la hija
de Zeus y acaparar toda la atención, pero aun así tampoco necesitaba correr tras ella para resolver cada
problema. Además, no había tiempo. Los Di Angelo estaban en peligro. Tal vez ya habrían
desaparecido cuando encontrase a mis amigos. Yo también sabía lo mío de monstruos. Podía resolver
aquello por mi cuenta.
Saqué el bolígrafo del bolsillo y corrí tras el doctor Espino.
***
La puerta daba a un pasillo sumido en la oscuridad. Oí ruidos de forcejeo hacia el fondo y también un
gemido. Destapé a Contracorriente.