book Percy Jackson y La Maldicion del Titan | Page 76

Apolo suspiró. —Eso es como pedirle a un pintor que te hable de su cuadro, o a un poeta que te explique su poema. Es como decirle que ha fracasado. El significado sólo se aclara a través de la búsqueda. —Dicho de otro modo, no lo sabes. Apolo consultó su reloj. —¡Uy, mira qué hora es ya! He de irme corriendo. No creo que pueda arriesgarme a ayudaros otra vez, Percy. ¡Pero recuerda lo que te he dicho! Duerme un poco. Y cuando vuelvas, espero que hayas compuesto un buen haiku sobre el viaje. Yo quise responder que no estaba cansado y que no había escrito un haiku en mi vida, pero Apolo chasqueó dos dedos y se me cerraron los ojos. *** En mi sueño, yo era otra persona. Iba con una anticuada túnica griega (demasiado ventilada en los bajos) y unas sandalias de cuero con cordones. Llevaba la piel del León de Nemea anudada a la espalda como una capa y corría, arrastrado por una chica que me agarraba con fuerza de la mano. —¡Deprisa! —decía. Estaba demasiado oscuro para verle la cara con claridad, pero percibía el miedo en su voz—. ¡Deprisa o nos encontrará! Era de noche. Un millón de estrellas resplandecían en el cielo. Corríamos entre hierbas muy altas y el olor de las flores daba al aire un aroma embriagador. Era un hermoso jardín y, sin embargo, la chica me guiaba a través de él como si estuviéramos a punto de morir. —No tengo miedo —le decía yo. —¡Deberías tenerlo! —respondía, y seguía arrastrándome. Sus largas trenzas oscuras le bailaban en la espalda. Su manto de seda resplandecía levemente a la luz de las estrellas. Subíamos corriendo la cuesta. Me llevaba detrás de un arbusto espinoso y nos derrumbábamos jadeando. No entendía por qué ella tenía tanto miedo. El jardín parecía tranquilo. Y yo me sentía muy fuerte, mucho más de lo que me había sentido nunca. —No hace falta que corramos —le decía. Mi voz sonaba más grave, más segura—. He vencido a miles de monstruos con mis manos desnudas. —A éste no —respondía la chica—. Ladón es demasiado fuerte. Debes subir la montaña dando un rodeo para llegar a mi padre. Es la única manera. El dolor que latía en su voz me sorprendió. Estaba preocupada de verdad, casi como si yo le importara. —No me fío de tu padre —replicaba. —No debes fiarte —asentía ella—. Tendrás que engañarlo. Pero no puedes tomar el premio directamente… ¡o morirás! Yo reía entre dientes. —Entonces, ¿por qué no me ayudas, bella muchacha? —Tengo miedo. El Ladón me detendría. Y mis hermanas, si se enterasen, me repudiarían. —Entonces no hay más remedio. —Me incorporaba frotándome las manos. —¡Espera! —decía la chica. Parecía atormentada por una duda. Finalmente, con dedos temblorosos, se llevaba una mano al pelo y se quitaba un largo broche blanco. —Si has de luchar, llévate esto. Me lo dio mi madre, Pleione. Ella era hija del océano y la fuerza del océano se halla encerrada en él. Mi poder inmortal. La chica soplaba en el broche y éste brillaba levemente . Destellaba a la luz de las estrellas como un brillante caracol marino. —Llévatelo —me decía—. Y conviértelo en un arma. Yo me echaba a reír. —¿Un broche para el pelo? ¿Cómo va a matar esto a Ladón, bella muchacha? —Tal vez no sirva —reconocía—. Pero es lo único que puedo ofrecerte si te obstinas en tu propósito.