book Percy Jackson y La Maldicion del Titan | Page 74
Me envolví en aquella piel marrón, agradecido por el calorcito que me proporcionaba.
—Sí, pero el León de Nemea no era el monstruo que estamos buscando.
—Ni de lejos. Nos queda mucha tela que cortar.
—Sea cual sea ese monstruo misterioso, el General dijo que saldría a tu encuentro. Querían separarte
del grupo para que el monstruo pudiera luchar en solitario contigo.
—¿Dijo eso?
—Bueno, algo parecido.
—Fantástico. Me encanta que me utilicen como cebo.
—¿No tienes idea de qué monstruo podría ser?
Ella meneó la cabeza, malhumorada.
—Sabes adónde vamos, ¿no? —dijo en cambio—. San Francisco. Era allí adónde se dirigía Artemisa.
Recordé que Annabeth me había dicho algo sobre San Francisco en el baile: que su padre se mudaba
allí y ella no podía acompañarlo. Que los mestizos no podían vivir en ese lugar.
—¿Por qué? —pregunté—. ¿Qué tiene de malo San Francisco?
—La Niebla allí es muy densa porque la Montaña de la Desesperación está muy cerca. La magia de los
titanes (o lo que queda de ella) todavía perdura allí. Los monstruos sienten por esa zona una atracción
que no puedes ni imaginarte.
—¿Qué es la Montaña de la Desesperación?
Ella arqueó una ceja.
—¿De verdad no lo sabes? Pregúntaselo a la estúpida de Zoë. Ella es la experta.
Miró al frente con rabia. Me habría gustado preguntarle a qué se refería, pero tampoco quería parecer
un idiota. Me molestaba la sensación de que ella supiese más que yo, de manera que mantuve la boca
cerrada.
El sol de la tarde se colaba a través de la malla del vagón de carga, arrojando una sombra sobre el
rostro de Thalia. Pensé en cuan distinta era de Zoë. Esta, tan formal y distante como una princesa; ella,
con sus ropas andrajosas y su actitud rebelde. Y no obstante, había algo similar en ambas. El mismo
tipo de dureza. Ahora mismo, con la cara sumida en la sombra y una expresión lúgubre, tenía todo el
aspecto de una cazadora.
Y de repente se me ocurrió.
—Por eso no te llevas bien con Zoë.
Ella frunció el entrecejo.
—¿Qué?
—Las cazadoras trataron de reclutarte —dije sin estar del todo convencido.
Sus ojos brillaron peligrosamente. Pensé que iba a echarme del Mercedes, pero se limitó a suspirar.
—Estuve a punto de unirme a ellas —reconoció al fin—. Luke, Annabeth y yo nos tropezamos una vez
con las cazadoras, y Zoë intentó convencerme. Casi lo logró, pero…
—¿Pero?
Sus dedos aferraron el volante.
—Tendría que haber dejado a Luke.
—Ah.
—Zoë y yo acabamos peleándonos. Ella me dijo que era una estúpida. Que me arrepentiría de mi
elección. Que algún día Luke me fallaría.
Observé el sol a través de la malla metálica. Daba la impresión de que viajábamos más rápido a cada
segundo que pasaba: las sombras parpadeaban como un proyector antiguo.
—¡Vaya palo! —dije—, tener que reconocer que acertaba.
—¡No es cierto! Luke nunca me falló. Nunca.
—Tendremos que luchar con él —le recordé—. No habrá más remedio.
Thalia no respondió.
—Tú no lo has visto últimamente —le advertí—. Sé que es difícil de creer, pero…