book Percy Jackson y La Maldicion del Titan | Page 61

Asentí, aunque casi me habría sentido menos inquieto si el señor D me hubiera arrastrado al campamento. Si me había dejado marchar era porque creía que teníamos muchas posibilidades de salir malparados de aquella búsqueda. —Vamos, Blackjack —dije, procurando sonar animoso—. En Nueva Jersey te compraré unos donuts. *** Al final, resultó que no pude comprarle ningún donut en Nueva Jersey, porque Zoë siguió hacia el sur como una loca y sólo cuando ya habíamos entrado en Maryland se detuvo en un área de descanso. A Blackjack, de lo agotado que estaba, poco le faltó para desplomarse en picado. «Enseguida me recupero, jefe —jadeó—. Sólo… sólo tengo que recobrar el aliento.» —Quédate aquí —le dije—. Voy a explorar. «Eso de "quédate aquí" me parece factible. Podré hacerlo.» Me puse la gorra de invisibilidad y me dirigí al supermercado. Me resultaba difícil no moverme a hurtadillas. Tenía que recordarme todo el rato que nadie podía verme. Y al mismo tiempo tenía que acordarme de dejar paso y hacerme a un lado para que la gente no chocase conmigo. Quería entrar para calentarme un poco y tomar una taza de chocolate caliente. Aún me quedaban unas monedas en el bolsillo. Podía dejarlas en el mostrador. Me estaba preguntando si la taza se volvería invisible en cuanto la tocara o si el chocolate se quedaría flotando en el aire a la vista de todos, cuando todo mi plan se fue al garete: Zoë, Thalia, Bianca y Grover salían ya del local. —¿Estás seguro, Grover? —decía Thalia. —Eh… bastante seguro. Al noventa y nueve por ciento. Bueno, al ochenta y cinco. —¿Y lo has hecho con unas simples bellotas? —preguntó Bianca con incredulidad. Grover pareció ofendido. —Es un conjuro de rastreo consagrado por la tradición. Y bueno, estoy bastante seguro de haberlo hecho bien. —Washington está a unos cien kilómetros —dijo Bianca—. Nico y yo… —Frunció el entrecejo—. Vivíamos allí.