book Percy Jackson y La Maldicion del Titan | Page 57

—Ya están encendidas las luces de la Casa Grande. ¡Deprisa! Y Zoë la siguió corriendo. *** Imaginaba perfectamente lo que estaba pensando Nico. Vi que respiraba hondo y que se disponía a correr tras ellas. Entonces me quité la gorra de invisibilidad. —Espera —le dije. Casi se resbaló en los escalones mientras se giraba. —Pero… ¿de dónde sales? —He estado aquí todo el rato. Invisible. Él movió los labios, como deletreando la palabra. —Uau. Increíble. —¿Cómo has sabido que Zoë y tu hermana estaban aquí? Se sonrojó. —Las oí pasar junto a la cabaña de Hermes. Yo… bueno, es que no duermo muy bien en el campamento. Escuché ruido de pasos y luego las oí susurrar. Y las seguí. —Y ahora quieres seguirlas en la búsqueda que van a emprender. —¿Cómo lo has adivinado? —Porque si fuese mi hermana seguramente haría lo mismo. Pero no puedes hacerlo. Me miró desafiante. —¿Porque soy demasiado joven? —Porque ellas no te lo permitirán. Te pillarán a la primera y te enviarán de vuelta al campamento. Y sí, también porque eres demasiado joven. ¿Te acuerdas de la mantícora? Habrá un montón de criaturas parecidas por el camino. Más peligrosas incluso. Y algunos héroes morirán. Hundió los hombros y desplazó su peso a la otra pierna. —Quizá tengas razón. Pero… tú podrías ir en mi lugar. —¿Cómo? —Puedes volverte invisible. ¡Tú sí puedes ir! —A las cazadoras no les gustan los chicos —le recordé—. Si llegasen a descubrirlo… —No dejes que lo descubran. Vuélvete invisible y síguelas. ¡Y no pierdas de vista a mi hermana! Has de hacerlo. Por favor. —Nico… —De todos modos, ya lo estabas pensando, ¿no? Iba a negarlo, pero él me miró a los ojos y no me vi capaz de mentirle. —De acuerdo —repuse—. He de encontrar a Annabeth. He de ayudarlas, aunque ellas no quieran. —Yo no me chivaré. Pero tienes que prometerme que mantendrás a salvo a mi hermana. —Eso es mucho prometer, en un viaje como éste. Además, ella ya tiene a Zoë, a Grover y Thalia… —Promételo —insistió. —Haré todo lo que pueda. Eso sí te lo prometo. —¡Entonces muévete! ¡Y buena suerte! Era una locura. Ni siquiera había hecho el equipaje. No tenía nada, salvo la gorra, la espada y lo puesto. Y se suponía que tenía que volver a casa esa mañana. —Dile a Quirón… —Ya me inventaré algo —dijo con un rictus travieso—. Eso se me da bastante bien. ¡No te entretengas! Me puse la gorra de Annabeth y eché a correr. El sol empezaba a salir y me volví invisible. Alcancé la cima de la Colina Mestiza justo a tiempo de divisar la furgoneta del campamento, que se perdía carretera abajo. Era Argos seguramente, que llevaba al grupo a la ciudad. Después tendrían que seguir por su cuenta. Sentí una punzada de angustia. Estúpido de mí… ¿cómo se suponía que iba a seguirlos? ¿A pie?