book Percy Jackson y La Maldicion del Titan | Page 56
No pude evitar pensar en mi sueño: en la imagen de Annabeth desmoronada y exánime en brazos de
Luke. Me dedicaba a rescatar monstruos bebé, pero no era capaz de salvar a mi amiga.
Cuando Blackjack se aproximaba al fin a mi cabaña, miré por casualidad al pabellón del comedor. Vi
una figura, la de un chico, agazapada tras una columna griega, como ocultándose.
Era Nico, y ni siquiera había amanecido. No era ni de lejos la hora del desayuno. ¿Qué andaba
haciendo por allí?
Vacilé. Lo último que deseaba era escucharle hablar de su juego de Mitomagia. Pero no. Algo ocurría.
Se veía en su modo de agazaparse.
—Blackjack —dije—, déjame allá abajo, ¿quieres? Detrás de esa columna.
***
A punto estuve de fastidiarla.
Subía por las escaleras que Nico tenía a su espalda. Él no me había visto y seguía detrás de la columna,
asomando la cabeza y pendiente de lo que sucedía en la zona del comedor. Lo tenía a poco más de un
metro y ya iba a preguntarle «Pero ¿qué haces, chaval?», cuando se me ocurrió que estaba haciendo lo
mismo que Grover: espiar a las cazadoras.
Se oían voces. Dos chicas hablando en una de las mesas. ¿A aquellas horas?
Saqué del bolsillo la gorra de Annabeth y me la puse.
Al principio no noté nada, pero al alzar las manos no me las vi. Me había vuelto invisible.
Me deslicé a hurtadillas junto a Nico y avancé. No veía bien a las chicas en la oscuridad, pero reconocí
sus voces: eran Zoë y Bianca. Parecían discutir.
—Eso no se cura —decía Zoë—. O no tan deprisa, al menos.
—Pero ¿cómo ha sucedido? —preguntó Bianca.
—¡Una estúpida travesura! —rezongó Zoë—. Esos hermanos Stoll, de la cabaña de Hermes. La sangre
de centauro es como un ácido. Todo el mundo lo sabe. Pues resulta que habían rociado con ella esa
camiseta del Tour de Artemisa.
—¡Uy, qué espantoso!
—Sobrevivirá —dijo Zoë—. Pero tendrá que permanecer postrada durante semanas con una horrible
urticaria. Es imposible que venga. Todo queda en mis manos… y en las tuyas.
—Pero la profecía… Si Febe no puede venir, sólo seremos cuatro. Tenemos que elegir a otra persona.
—No hay tiempo. Hemos de salir con las primeras luces del alba. Es decir, inmediatamente. Además, la
profecía decía que perderíamos a uno.
—En la tierra sin lluvia —recordó Bianca—. Eso no puede ser aquí.
—Tal vez sí —dijo Zoë, aunque ni siquiera ella parecía convencida—. El campamento tiene una
frontera mágica y nada, ni las nubes ni las tormentas, puede cruzarla sin permiso. O sea que podría ser
una tierra sin lluvia.
—Pero…
—Bianca, escúchame. —Zoë hablaba ahora con la voz agarrotada—. No… no puedo explicarlo, pero
presiento que no debemos elegir a ninguna persona más. Sería demasiado peligroso. Podría acabar
incluso peor que Febe. No quiero que Quirón escoja a un campista como quinto miembro del grupo. Y
tampoco quiero arriesgar a otra cazadora.
Bianca se quedó en silencio unos instantes. Luego levantó la vista.
—Deberías contarle a Thalia el resto de tu sueño.
—No. No serviría de nada.
—Pero si tus sospechas sobre el General son ciertas…
—Tengo tu palabra de que no hablarás de ello —dijo Zoë. Sonaba angustiada de verdad—. Pronto lo
averiguaremos. Y ahora, vamos. Acaba de romper el alba.
Nico reaccionó rápido y corrió a esconderse. Yo tardé unos segundos en seguirlo, por lo que, cuando
Zoë bajó apresuradamente las escaleras, casi se tropieza conmigo. Se quedó inmóvil y deslizó la mano
hacia su arco, pero Bianca le dijo en ese momento: